Fátima Andreo Vázquez

Reflexiones post-DANA

Una vez más, una catástrofe manejada por un gobierno del Partido Popular se amplifica ante la ineptitud de los gestores. Una vez más, miles de personas voluntarias se apuntan inmediatamente para aportar lo que puedan e intentar paliar el desastre. Ayer el chapapote del Prestige fue ninguneado como hilillos en el mar. Hoy han sido unas tormentas con una virulencia inédita las que en un primer momento (momento que duró varias horas) no fueron adecuadamente valoradas y abordadas por el Gobierno de Valencia.

Me llama la atención cómo las personas afectadas por la DANA agradecen la solidaridad que han recibido. Creo que nuestra sociedad individualista se ha alejado de algo innato en nuestra especie, de la ayuda mutua que nos ayudó a prosperar en un entorno difícil hace cientos de miles de años. De ahí la sorpresa expresada por los receptores de ayuda, desacostumbrados ya a la cooperación habitual entre vecinos de otros tiempos. Afortunadamente, es algo que reaparece en determinados momentos.

Pero no todo es solidaridad en tiempos de crisis. Habrá quienes ya estarán frotándose las manos y planeando cómo sacarle el mayor partido posible a la catástrofe. Por lo que las autoridades tendrán que estar atentas para que no se repitan casos semejantes a los de las mascarillas caras e inútiles a cargo del erario público que hoy se investigan. Y para que los recursos lleguen a quienes lo necesitan que, lamentablemente, son muchas personas. El problema es quién vigila a las autoridades. Y quién es capaz de confiar en que ese Gobierno de Valencia sea capaz de gestionar adecuadamente miles de millones de euros.

Tras el duelo, habrá que reconstruir. Gracias a nuestros recursos públicos, aportados por quienes pagamos impuestos, se podría hacer mucho para recuperar las vidas de miles de ciudadanos que lo han perdido todo. Una pregunta que surge es: ¿se reconstruirán las casas e infraestructuras en los mismos lugares o se buscarán emplazamientos más seguros?

La semana pasada, mi alumnado se enfrentaba a una actividad en la que les pedía que se imaginaran siendo migrantes climáticos dentro de cinco años. Una actividad preparada hace meses para que se pusieran en el lugar de personas que ya se ven en esa situación y para que consideraran la posibilidad de que, tal vez, en unos años podrían suceder desastres climáticos en nuestro entorno. Y el mismo día, familias de nuestro país, muchas, han tenido que dejar sus hogares en busca de un refugio seguro. En general no serán migrantes, pues tarde o temprano, la mayoría volverá a sus casas o a otras que puedan proporcionarles, pero el caso es que no han hecho falta cinco años para ver esas imágenes que nos han sobrecogido y que hace poco solo eran un futurible.

Quizás tanta muerte y destrucción sirva para que en otros sitios empecemos a tomarnos en serio el tema de la adaptación al cambio climático y las medidas de mitigación necesarias para adaptarnos a las nuevas situaciones a las que tendremos, tenemos ya, que enfrentarnos. Quizás.


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