Víctor Moreno
Profesor

Retrospectiva inquietante

En un tiempo, las apologías del antisemitismo y nazismo iban juntas. De Hitler se decía que se limitó a recordar el odio ancestral que todos sentían hacia el judío y que no inventó el antisemitismo. Que solo lo heredó y que hizo un favor a Europa al reactivarlo. Regalo que debía agradecerse. Como "Diario de Navarra", que lo felicitaba por su cumpleaños y los carlistas de "El Pensamiento Navarro" hacían lo propio con Goebbels, por el «servicio prestado inapreciable a la causa de nuestra Patria» (29.10.1937).

Pero "Diario de Navarra" ya venía, desde su fundación, en 1903, difundiendo ese antisemitismo, pues era fruto de las ideas liberales, democráticas, republicanas, socialistas y materialistas. «Cotarro judeomasónico», lo llamaba el director del medio en 1913.

En uno de los artículos sobre la raza judía, "Diario de Navarra" justificaba a Hitler diciendo: «En rigor no les faltaba a los alemanes motivos que justificasen hasta cierto punto ese odio (al judío), pues Hitler decía que antes de mí, Alemania era una colonia judía». Y recordaba que los judíos dominaban el comercio, la banca, las facultades de medicina y de derecho y que según «las estadísticas los judíos desempeñan un papel de primer orden en los robos internacionales y en el comercio de estupefacientes y trata de blancas», motivo por el que había que exterminarlos.

El articulista era tan «bruto» que sostenía que los Reyes Católicos habían sido el espejo donde se miró Hitler, pues «a la vista está de lo sucedido en Alemania, fueron unos políticos clarividentes que se adelantaron a las supercivilizadas naciones del Norte, y del propio Hitler». Tanto que «Hitler ha venido a copiar su política (la de los Católicos), aunque sin las razones que tuvieron estos para hacerlo y sin el tacto que presidió en su ejecución». Por supuesto que, «a diferencia de Hitler, los Reyes Católicos no consideraron a los judíos como una raza apestada e inferior, a la manera de los nazis; solo les exigió adaptación a nuestros usos y religión, inseparables entonces de nuestra nacionalidad». Y, como no se adaptaron, a chiflar a la vía de Darwin.

¿Y la Iglesia? Como siempre. Ejerciendo de madre y maestra ladina: «La Iglesia no puede admitir la lucha de razas, porque ella ha venido a salvar a todas las razas. Esto no obsta para que los pueblos se defiendan dentro de límites que como unas sanguijuelas absorben la riqueza de los pueblos donde fijan su asiento». Y, si eran sanguijuelas rojas o republicanas, guillotina al canto.

El texto lo cerraba con este ancestral prejuicio: «Una parte de los judíos alemanes han venido a España y han elegido con preferencia Cataluña. Menos mal, porque los catalanes serán los españoles que mejor sabrán defenderse de ellos por la mayor afinidad de unos y otros» ("Diario de Navarra", 7.9.1935).

Galo Egüés, dirigente de la Escuadra del Águila de Pamplona, famosa por sus asesinatos en Navarra, sostuvo en otro artículo que «la intentona de la intoxicación del pueblo alemán con el virus comunista, lo fue gracias a sus portadores principales, que eran los inmigrantes judíos». Además, «la economía del país, al ser dirigida por judíos, estaba carente de las nociones de probidad en el comercio y en la vida pública, pues fueron escarnecidas por prevaricadores en grande y por estafas de alto copete». Por esta limpieza, «el Führer tendrá siempre la consideración de Salvador, pues, había preservado al pueblo alemán de un lago de sangre y de miseria». Este navarro hitleriano sostendrá que «los difamadores mundiales presentarán a Hitler como un monstruo, ¡pero con cuánto comedimiento iba procediendo al depurar en primer término la clase de funcionarios públicos!». Añadía que «las leyes nazis disponían que funcionarios de origen no ario han de tomar su retiro; en tanto se trate de cargos honoríficos deberán quedar separados de sus cargos», para concluir que «los empleados judíos no fueron por tanto echados a la calle, sino que recibieron su retiro, es decir, percibieron desde entonces la misma pensión legalmente fijada a que tenían derecho al igual que otro funcionario cualquiera en estado de clase pasiva». El hombre mentía cínicamente. La «Ley para la Restauración del Servicio Profesional y Civil» lo que hizo fue expulsar a los judíos de cualquier cargo, fuera de nivel superior o inferior. Inevitable purga si «la cacareada superioridad del judío lo era en cuanto a descaro en plantarse en primera fila, pues los judíos tienen un marcado egoísmo racial».

Egoísmo racial. Me preguntaba, entonces, ¿cómo habría que calificar la depuración de cargos en Navarra exigida por Eladio Esparza en el periódico golpista: «Se impone urgentemente la designación de una Junta de expurgación social, sin cuya autorización no pueda ser considerado como obrero apto para el trabajo a nadie que, por sus antecedentes de actuación izquierdista o de afiliados a organizaciones ya disueltas, infunda recelos» ("Diario de Navarra", 18.9.1936)? ¿Desinteresado racismo foral y españolista»?

De los judíos que huyeron de Alemania en mayo de 1934, Egüés dirá: «Esta gente se ha fugado de Alemania, porque habían intentado anegar el país en fuego y sangre, esforzándose en lanzarlo a la vorágine de la revolución y la guerra civil». Para rematar: «Sería imposible hablar ya actualmente en Europa de una economía normal de no haber libertado Alemania a Europa del peligro de los judíos y del bolcheviquismo» (22.4.1936). ¿Quién dijo que las «fake news» las inventó Musk?

Valga lo escrito para preguntarse cómo es posible que los herederos actuales de la defensa de Hitler y antisemitas de antaño tengan la caradura de presentarse como heraldos de la democracia. Y preguntarse, también, si el judaísmo del sionista Netanyahu no es el mismo judaísmo que el de quienes fueron masacrados por el nazismo y perseguidos por Europa durante siglos. Pero será mejor callar. Replicarán que, si criticamos el gobierno genocida de Israel, es porque somos antisemitas. Y nazis, claro. ¿El mundo al revés? Tú, ¿qué crees?

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