Semillas (y otras armas extremadamente peligrosas)
Ese vídeo es un botón de muestra, una humilde pieza de artillería del poderoso arsenal (mucho más temible que el del ejército mejor equipado) de las mujeres.
La deuda. De cuando en cuando me viene a la cabeza «La Deuda»; esa que todos (y especialmente los griegos) teníamos contraída porque al parecer «estábamos viviendo (así se nos resumía la causa de aquella crisis) por encima de nuestras posibilidades». Sí, otra vez la culpa.
Resulta curiosa esa expresión sobre todo si la extrapolamos: a veces (posiblemente siempre) queremos o somos queridos por encima de nuestras posibilidades; soñamos, odiamos, bebemos, trabajamos, nos hipotecamos, sufrimos, disfrutamos, nos hundimos por encima de nuestras posibilidades.
Menos mal que esta sucesión de distopías que estamos viviendo y que se van solapando parecen haber zanjado aquella Deuda; aquel agujero, aquella excusa, aquel pufo impagable e incomprensible que se empezaba a desinflar como una entelequia.
También el vídeo en que una mujer ucraniana ofrece un presente muy especial a los soldados rusos ha sido visto muy por encima de sus posibilidades. Nadie imaginaba que esa conversación («Tomad estas semillas para que crezcan girasoles cuando muráis aquí»; «chicos, guardad estas semillas en vuestros bolsillos. Coged estas semillas. Moriréis aquí con ellas. Habéis venido a mi tierra… ¿entendéis?») grabada con un teléfono móvil fuera a alcanzar los nueve millones de visitas. En este bombardeo mediático sólo Yelena Osipova, la anciana detenida en San Petersburgo y que sobrevivió al sitio de Leningrado, ha conseguido superar ligeramente ese número de espectadores.
Ese «corto» subido a twitter por @ukraine_world y que luego fue rebotado por numerosos diarios digitales, entre ellos "The Guardian", es una clase de geografía, de economía, de historia y de competencia comunicativa:
- Las últimas noticias (esas que nos duelen en el bolsillo al calcular el precio del aceite con que pensábamos rellenar la freidora) nos han ayudado a entender esas imágenes, a verlas con una mayor nitidez. La planicie de Ucrania está formada en buena parte por lo que se conocen como chornozem o «tierras negras». Un tipo (así lo define el portal «academic») de suelo negro rico en humus (del 3 al 13%), además de serlo en potasio, fósforo y microelementos. Es uno de los más fértiles para la agricultura, puesto que no requiere fertilizantes. Tiene una profundidad media relativamente importante, de un metro aproximadamente (que alcanza los seis en algunas regiones de Ucrania).
En esa meseta, y desde que el zar Pedro I los trajo desde los Países Bajos en el siglo XVI, se suceden hasta el horizonte las plantaciones de girasoles. Quizá hayan sembrado esa planta "por encima de sus posibilidades" o por encima de las nuestras (les importamos la mitad de lo que producen).
- Pero, más allá de ese contexto (tan esclarecedor) en que se produce el diálogo, lo más significativo es, sin ninguna duda, el factor humano: la respuesta educada y contenida del militar («Por favor: no empeoremos las cosas») a mitad de camino entre la cortesía y el humor bélico de Gila, la insistencia de la mujer en que acepten su regalo; su argumentación con vocativos casi maternales. Lo más connotativo es lo que aporta a esa peli nuestra imaginación porque vemos germinar esa flor entre las costuras de esos uniformes y alcanzar la superficie; buscar la luz. Lo más potente es cómo una amenaza tan terrible se puede convertir en presagio, en literatura; cómo la muerte gira inesperada, bruscamente hacia la vida y se le quiebra la cintura.
Y es que ese vídeo es un botón de muestra, una humilde pieza de artillería del poderoso arsenal (mucho más temible que el del ejército mejor equipado) de las mujeres: porque ellas se han visto obligadas a desarrollar armas sutiles pero mucho más devastadoras que las bombas de racimo, que los misiles con que los hombres damos por ganadas (y acabamos perdiendo de una u otra manera) todas las batallas. Las suyas sí que son «armas inteligentes» y «de largo alcance»: palabras, gestos y emociones de todos los «calibres»; «artefactos» cargados de creatividad, de resiliencia, de imaginación…
La deuda; sí, de vez en cuando me viene a la cabeza esa puñetera deuda que inexplicablemente habíamos contraído y que nos recordaban en cada telediario. No sé…
En fin.