Sexo y poder (X): la pornografía
En este artículo quisiéramos hablar del porno desde un plano educativo. Planteemos sin rodeos el problema: no hay ninguna duda de que nuestros hijos e hijas acceden a contenidos de carácter sexual, muchos de ellos inapropiados, con una extraordinaria facilidad.
La pornografía es uno de los negocios más espectaculares en nuestro mundo globalizado. Los datos respecto del consumo son estremecedores y el número de páginas porno existentes y las que se incorporan a diario, llegan a marear. Hay numerosos tipos de modalidades y subgéneros imposibles de cuantificar. Por otra parte, la pregunta «¿qué es erotismo y qué es pornografía?» tiene una respuesta absolutamente personal, si bien hay líneas rojas claramente indicadoras del terreno pornográfico. Incluso hay quien diferencia entre pornografía y cine pornográfico. Probablemente para muchas personas la diferencia esté en lo que se muestra o no y en lo que, tal cosa, estimula o no la imaginación y en qué cuantía. Podríamos acordar que las pelis porno, a pesar de la extraordinaria variabilidad, representan imágenes explicitas de carácter sexual, bien sea de manera individual, en pareja o en grupo y que tienen como finalidad exclusiva, excitar sexualmente al espectador obteniendo una gratificación sexual. Generalmente el espectador se masturba y, si es vista en pareja, les sirve como elemento de excitación.
Es muy probable, como hemos visto en los anteriores artículos, que las redes que controlan y explotan la prostitución, la trata de personas, las drogas y las armas, sean también las mismas que controlan el negocio de la pornografía u otros productos sexuales. A tenor de que los intereses económicos de estos «sectores» son cuantiosos, no habría de extrañarnos que los propietarios finales del negocio sean los mismos grupos financieros. La sociedad de consumo no tiene escrúpulos: cualquier cosa que pueda generar dividendos, es válida. El mercado, dicen, es el único que debe regular todo. Es el poder invisible. Y el cuerpo de la mujer genera cuantiosas ganancias. Es una máquina de hacer cash. Sin pago de impuestos. Todo en negro lo que hace que el negocio sea aún más atractivo. Este sistema capitalista neoliberal promueve un escenario donde están los papeles muy claros: la pornografía actúa como una suerte de teoría y la prostitución se ocupa de la práctica: la explotación y maltrato sexual a las mujeres. Todo ello configura una industria poderosa, siempre en expansión y aclimatándose a los progresos sociales y tecnológicos de cada país. Consiguientemente el mundo de la pornografía y la prostitución están entrelazados y se retroalimentan. De hecho, algunas actrices provienen de la prostitución y otras acaban siendo prostitutas. La culpa, la baja autoestima, el estigma y el desprecio social que generan ambas actividades facilita el traspaso de un sector a otro.
En general podríamos decir que el porno, hecho por hombres, está destinado fundamentalmente a un público varonil, y es machista porque refuerza los roles de sometimiento de la mujer a la que cosifica y trata como un objeto y a la que se puede forzar o agredir con cierta normalidad. Aunque no olvidemos que los recursos del porno son infinitos y ya hay películas más acordes con los tiempos actuales de liberación femenina. El negocio es tan boyante que la tecnología más sofisticada se emplea a fondo y los productores del porno ofrecen vídeos glamurosos con una calidad técnica destacable, incluso con guiones, si pueden llamarse así, que tienen cierto aire de progresismo lejos de la cutrez y del raquitismo al que nos tenían acostumbrados. Algunos empresarios del porno tienen la desfachatez de reivindicar la educación sexual, a la vez que explotan miserablemente a las actrices, como ha señalado Ismael López.
Sin embargo, en este artículo quisiéramos hablar del porno desde un plano educativo. Planteemos sin rodeos el problema: no hay ninguna duda de que nuestros hijos e hijas acceden a contenidos de carácter sexual, muchos de ellos inapropiados, con una extraordinaria facilidad: las 24 horas del día, los 365 días al año, de manera gratuita, anónima y secreta. Y esto ocurre cada vez más pronto y afecta a los chicos y a las chicas, aunque el uso parece mayor en aquellos. Dado que, a menudo, no tienen otras referencias educativas con las que puedan contrastar ese modelo porno y esas informaciones obtenidas en la red, la cuestión se complica sobremanera.
En nuestras conferencias con padres y madres sobre este asunto, solo algunos de ellos, son conscientes de estos riesgos, si bien no hacen gran cosa para afrontarlos. Sus preocupaciones más destacadas suelen ser tres: temor a que se convierta en una adicción, es decir que quiera cada día más; que pueda afectar a su comportamiento cotidiano (soledad, depresión) o a su cerebro y que pueda condicionar su vida sexual en el futuro (insatisfacción sexual, conductas sexuales patológicas).
Nosotros no estamos a favor de prohibir el acceso a estos contenidos, porque no parece que sea una alternativa razonable ni efectiva y, por tanto, la desaconsejamos. Además, es imposible controlar el imparable negocio de la pornografía a nivel mundial con internet. Tampoco somos partidarios de imponer castigos por el visionado de porno. Si consideramos que, usar programas de control parental, puede tener algún interés, si bien tiene que quedar claro que, tal medida por sí sola, no soluciona el problema.
La propuesta que hago es otra: con valentía cojamos el toro por los cuernos, armémonos de valor y hablemos con nuestros hijos abiertamente de estas cuestiones. Que no se crean lo que ven. Que no tiene nada que ver con la realidad. Y esto hacerlo con tranquilidad. Y con cariño. También con empatía, es decir poniéndonos en su lugar, porque a muchos de nosotros nos pasó algo similar con las revistas eróticas, los vídeos VHS, o los canales de pago de Canal +. No nos engañemos: la edad de acceso a estos contenidos en Internet, es cada vez más baja y más generalizada. Según los datos disponibles los 10-11 años parece ser la edad de inicio de muchos chicos. Por tanto, hay que ponerse las pilas.
Hay estudios que nos indican que la precocidad de acceso a la pornografía tiene que ver con la propensión a desear ejercer el poder-control sobre las mujeres. Son claros así mismo los problemas de adicción que genera, a tenor de que el consumo de pornografía está asociado a la excitación y al placer de la masturbación (o relaciones sexuales) posteriores, particularmente en algunas personas. El visionado de porno estimula la producción de diferentes sustancias químicas, por ejemplo, la dopamina que está implicada en procesos de adicciones, con la diferencia de que, aquí, la finalidad es obtener placer sexual, uno de los mayores reforzadores de la conducta humana.
Sin embargo, una de las consecuencias negativas del consumo abusivo del porno, sin tener otra información de contraste, es que puede producir una visión sesgada de la sexualidad y de las relaciones sexuales entre las personas. Un enfoque deformado, no realista, que propone unos tipos de relaciones sexuales que pueden distorsionar sensiblemente la construcción de una perspectiva saludable y positiva. Hacemos hincapié en esa información de contraste porque muchos niños y niñas ven películas fantasiosas a más no poder, tipo Superman, y se les dice que es ficción y ninguno trata de emular al protagonista. Es verdad que el sexo es diferente, pero el ejemplo lo ponemos para subrayar lo que le decimos respecto de las diferencias entre las fantasías y la realidad.
La pornografía genera y transmite multitud de mitos sexuales, creencias erróneas y embustes que es preciso desmontar, en la medida en que escapan a los parámetros normales de la población y que, por tanto, no deben constituirse en modelos a seguir. Uno de los riesgos del porno, es proponer como normal algo que nos es, ni por asomo, normal. A menudo los espectadores jóvenes se hacen expectativas falsas de lo que son las relaciones sexuales, con lo que la frustración y la insatisfacción sexual, estarán asociadas a su vivencia real.
Cabría considerar, por otra parte, que, en personas ajustadas emocionalmente, un cierto tipo de consumo de pornografía restringido a determinados contenidos no tendría que constituir un problema. De hecho, en la consulta clínica de Sexología, nosotros hemos sugerido a determinadas parejas, ciertas películas y vídeos porno porque consideramos que, en algunos momentos del desarrollo de esa pareja, puede ser positivo el utilizar recursos eróticos de carácter audiovisual.
Por consiguiente, propongo a los padres, madres y al profesorado, hablar específicamente sobre el porno. Sin limite de tiempo, en varias conversaciones. Buscando un lugar adecuado y un momento oportuno. No pasa nada por adelantarse. Eso lo hacemos en otras muchas cuestiones educativas y no nos parece inapropiado. Y decirles cuantas veces sea preciso, que el afecto, el deseo, la ternura, el respeto y el consentimiento deben formar parte de las relaciones sexuales entre las personas y que, en el porno, tales valores brillan por su ausencia. En otros artículos seguiremos hablando sobre el sexo y las relaciones de poder