José Luis García
Doctor en Psicología. Especialista en sexología

Sexo y porno (XXV): generación de niños (y niñas) pornográficos

La pornografía violenta ha venido para quedarse y poco se puede hacer para regularla o prohibirla. Tan solo tenemos un recurso: una educación sexual profesional, científica, impartida desde primaria hasta la universidad

En estas mismas páginas he solido plantear algunas reflexiones derivadas de mi estudio de la pornografía, fenómeno complejo y de extraordinarias implicaciones sociales, económicas y políticas, empeño al que llevo dedicándome algunos años -particularmente la violenta, y sus efectos en Los menores y jóvenes–. Pues bien, con alguna frecuencia, me encuentro con investigadores que plantean una cuestión interesante: a la hora de hacer dos grupos de estudio, uno de chicos consumidores de porno y otros que no consumen, no encuentran candidatos para este segundo, porque el 99 % de los jóvenes consumen porno. Al parecer la cuarentena por el covid-19, ha incrementado en un 15 % el consumo de porno.

Por cierto, prácticamente la totalidad de los investigadores consultados, recomiendan encarecidamente que las autoridades educativas y las familias se planteen, muy seriamente, lo que está pasando y que no miren para otro lado, como acontece en la actualidad, instándoles a que hagan importantes esfuerzos en educar a sus hijos e hijas al respecto. El consenso aquí es muy significativo.

Esta es la primera reflexión que quiero trasmitir en este artículo para que los padres, madres y docentes tomen conciencia de la realidad. Es más, les digo que un menor con un móvil con acceso a internet, es muy probable que vea porno más temprano que tarde. Puede ver cualquier cosa, incluso aquello que nos pueda parecer imposible e inimaginable.

De hecho, sabemos que, a los 8 años, ya se inician en este consumo y que, a los 13-14 años, más de la mitad lo hacen, porcentaje que a los 16 años está cercano al 100 %. Las chicas, como ocurre en esta generación, tratan de parecerse a los chicos en estas y otras manifestaciones, pero, aunque sean menos consumidoras asiduas, sufren las consecuencias de que aquellos lo hagan casi a diario. Es decir, se «comen el marrón»: lesiones anales, imposición de conductas que no desean, agresiones, etc.

Como muy bien dice Walter Dekeseredy, profesor de la Universidad de Virginia, «La industria de la pornografía es tan enorme, que ha permitido que las personas estén tan inmersas en la mentalidad pornográfica, por lo que es difícil imaginar lo que sería un mundo sin pornografía».

Nosotros pensamos que la pornografía violenta es la nueva cocaína del S.XXI. Sus efectos son tan destructores o más que esta. Además, es gratuita y está al alcance de cualquier menor. Barra libre las 24 horas del día, los 365 días al año. Una bomba de relojería que nos explotará más temprano que tarde.

¿Por qué? porque las películas porno, muchas de ellas violentas, son el tutorial de las relaciones sexuales de muchos de nuestros jóvenes. Su manual de instrucciones. Mientras no reconozcamos esto, y pongamos una pronta solución, seguiremos haciendo una generación que yo denomino #niñospornograficos.

Pero ¿Qué es un niño pornográfico? En mi opinión es un menor que ha aprendido sexo a través del porno fundamentalmente, sin educación sexual, que se ha creído que lo que ve -que a la vez es lo que le excita y lo que le da un inmenso placer- es lo normal. Lo que se espera de él cuando tenga sus primeras relaciones sexuales y lo que él espera del comportamiento de su pareja.  

Es muy probable que este menor tenga relaciones sexuales precoces, que sea muy activo sexualmente y por tanto promiscuo y que trate de imponer a una chica lo que ha visto en las películas de pornografía violenta; es decir, coito oral, anal y vaginal alternativamente y sin ningún tipo de higiene, ni métodos de prevención de infecciones de transmisión sexual. Con lo cual el riesgo de contagiarse una infección de esta naturaleza o bacteriana es elevado.

Tal vez sea agresivo en sus primeras prácticas sexuales y como tienen todas las papeletas de que sean frustrantes, es posible que frecuente la prostitución porque es allí donde puede hacer lo que quiera, lo que le pida a una joven mujer, venida de un país pobre, obligada a hacerlo, por unos cuantos euros.

Tiene una elevada probabilidad de ser adicto al porno, padecer determinadas alteraciones cerebrales y, en esas circunstancias, sufrirá disfunciones sexuales. En el caso de que tenga pareja, lo más probable es que tenga conflictos con ella y, tal vez, acaben separándose.

Es de esperar que sus actitudes sexuales sean misóginas y permisivas hacia la agresión sexual hacia las mujeres. Incluso comprenderá y tolerará esas agresiones en otros y, se ha comprobado, va a evitar intervenir si observa una agresión en su entorno.

Por todo ello, este chico, con toda probabilidad, va a sufrir enormemente en su vida. Y, de paso, toda su familia. Seguramente afectará mucho más a los estratos socioeconómicos más vulnerables.

Claro que, la mayoría de las familias pensaran que, a nosotros, no nos va a pasar tales cosas.

En la red social Twitter, donde las controversias son cosa cotidiana, he publicado (@JosLuis70921676) numerosos testimonios de otras tantas personas que me escriben contándome sus experiencias y constato un interés inusitado por esta cuestión. Uno de ellos (https://twitter.com/JosLuis70921676/status/1283659872714858496?s=20) escrito por una chica de 17 años, decía así:

«Yo no quiero perder a mi novio. Estoy muy enamorada de él, pero quiere que se la chupe y luego darme por detrás, como en las pelis porno que vemos. Pero a mí no me gusta. Usted que es sexólogo ¿podría ayudarme a que deje de dolerme y me guste como a la chica de la peli?».

Tuvo una extraordinaria acogida: cerca de 3.800.000 de impresiones en todo el mundo, lo que revela el interés de este conjunto de problemas.

Pues bien, cuando hablo de estos temas con padres y madres les cuento una historia. Hace muchos años, un psicólogo famoso (que se llamaba Bandura) hizo un experimento: unos niños observaron como un adulto golpeaba a una muñeca. Después dejó a los niños con la misma muñeca. Los niños también la golpearon.

Este ejemplo sugiere que los niños aprenden e imitan lo que ven. Máxime en formato audiovisual con el que están familiarizados desde bebés. Viendo una película porno violenta un menor, además, de ver agresión a una mujer, se excita sobremanera, se masturba y obtiene placer. El placer sexual es la recompensa y el refuerzo natural más importante en la especie humana. La producción de dopamina es increíble en los adictos al porno. Además, convendría recordar que la erotización de la violencia aumenta el riesgo de repetirlo.

Y no ha de olvidarse que vivimos en una sociedad hipersexualizada que erotiza permanentemente el cuerpo de la mujer con finalidad consumista. Solo hace falta ver unos cuantos anuncios de coches, joyas o colonias.

La pornografía violenta ha venido para quedarse y poco se puede hacer para regularla o prohibirla. Tan solo tenemos un recurso: una educación sexual profesional, científica, impartida desde primaria hasta la universidad, por docentes cualificados, así como una decidida intervención, junto a una mayor implicación, de las familias. Esta es una de las pocas certezas que tengo en este ámbito, ya que es la única manera de evitar una generación de #niñospornograficos y de hacer frente a la imponente y poderosa industria pornográfica que, al igual que los cárteles de la droga, las tabacaleras o el lobby del alcohol, tan solo les preocupa obtener beneficios económicos, generando consumidores ya adictos. O educación sexual o porno, ese y no otro, es el dilema.

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