Guzmán Ruiz Garro
Analista económico

Sobran bares

Aprendamos que el sector agrario es vital y que muestra su resiliencia frente a la pandemia. En el Estado, durante este trágico periodo, la variación interanual del PIB agrícola fue la única positiva (+6,3 %), frente a los retrocesos de la Industria (-23,8 %) y los Servicios (-21,3 %).

Hace un año, la apremiante necesidad de material sanitario para afrontar la crisis sanitaria provocada por la covid-19 desveló la debilidad de nuestro sector industrial y su fuerte dependencia de los mercados internacionales. La imposibilidad de elaborar con urgencia unos productos tan sencillos como las mascarillas, nos dejó impactados, vimos que la desestructuración productiva conlleva un alto coste social. La necesidad de resguardarnos recuperando soberanía productiva, orientó nuestra mirada hacia la cercanía frente al poder de la globalización, en cuyo marco se ha tendido a someter el bien común a la estabilidad de los mercados y a los intereses particulares que se le asocian.

Analizando la evolución que ha tenido la industria vasca desde que inició, en los años ochenta, su particular reconversión desmantelando importantes sectores del tejido productivo, sabiendo que el declive de la aportación de este sector transformador al PIB se ha debido principalmente a procesos como la deslocalización, hallaremos la causa de por qué se está dando una trasmisión de empresas hacia el sector terciario.

Una cifra que denota la caída industrial que sufre Euskadi desde hace décadas. Según datos del INE, a mediados de los años 70 del siglo pasado el peso de la actividad industrial en el PIB vasco era del 49%; a principios del nuevo siglo, descendió al 31% y, en 2007, al 29%.

A medida que se convergía con los países de la Unión Europea, la influencia de la industria se ralentizaba; llegados al año 2018, el peso de ésta fue del 24,3% y el de servicios el 75% de la actividad. En 2019, los servicios tuvieron un crecimiento anual del 2,5%, la industria del 1,1%, el de la construcción del 3,1% y, por último, el primario, una mejora del 0,6%.

Otro dato preocupante es la gran concentración respecto a las ramas industriales, los principales sectores productivos han sido desplazados por la automoción y la energía.

Recapitulando: el número de empresas industriales ha disminuido considerablemente por causa de la terciarización de la economía ya mencionada, la internacionalización de las empresas, el cierre de éstas o el aumento de tamaño provocado por las fusiones y adquisiciones.

Veamos ahora los datos correspondientes a la hostelería. El sector hostelero en el País Vasco (entiéndase por Bizkaia, Araba y Gipuzkoa) registró, el año 2018, 13.628 establecimientos, de los cuales el 92,2% (12.568) se correspondían con la rama de restauración. Aclaro que este sector genera poco valor añadido y se le identifica por dar empleo precario y estacional, con un 40% de contratos temporales y en jornada parcial.

El número de establecimientos que hay en el País Vasco supera a la suma de los que se encuentran en Estonia, Letonia, Lituania, Luxemburgo y Eslovaquia, que hacen un total de 11.872 locales. Si sumamos los cerca de 4.000 establecimientos con que contaba Nafarroa en ese mismo año (el 76,1% de la rama de restauración), países del tamaño de Finlandia con 10.217 establecimientos y Noruega con 10.073, o Dinamarca e Irlanda, cuya tradición cervecera es de sobra conocida, también tienen guarismos muy inferiores a los nuestros. Si alguien quiere hacer cálculos simples, la cifra de habitantes en el año de referencia fue de 2.177.880, y en Nafarroa, 649.946 personas.

Como dato curioso, en el Estado español hay computados 260.000 bares, más que en todo Estados Unidos.

Contrasta la rácana cuantía (2,45 millones) destinada por el Gobierno Vasco a ayudas para I+D+i en los sectores agrícola, forestal y pesquero (Consejo de Gobierno 30-06-2020) con lo insuflado, por ejemplo, al turismo, sector supeditado, más que nunca, a la movilidad o simplemente cualquier cambio de tendencia de los viajeros y que, además, no lleva ninguna vez aparejado un incremento de los salarios de los trabajadores que de él dependen.

Poniendo el foco en las áreas turísticas, vemos que, si la actividad dedicada a lo vacacional o al ocio se ha convertido en un pilar de la economía local, descubren que los proyectos del primer sector como la agricultura, lejos de beneficiarse, languidecen o desaparecen. De paso, puntualizo que cuando un país se ve inundado por alimentos de importación más baratos que los que él mismo produce (dumping), sus agricultores se arruinan y abandonan la actividad. Obviamente, ese país ha perdido su soberanía alimentaria.

Haríamos bien en preocuparnos y ocuparnos en los problemas que tienen los agricultores al acceder a la tierra y obtener financiación. Que no quede en mera declaración de intenciones aquello de crear bancos de suelo agrario que estén a disposición de emprendedores, instituir convenios financieros, poder transformar y comercializar los productos, gestionar y manejar las explotaciones y mejorar el uso de las comunicaciones y las TICs. El agro cumple una función muy relevante porque, además de producir alimentos, se encarga de cuidar el medioambiente.

Aprendamos que el sector agrario es vital y que muestra su resiliencia frente a la pandemia. En el Estado, durante este trágico periodo, la variación interanual del PIB agrícola fue la única positiva (+6,3 %), frente a los retrocesos de la Industria (-23,8 %) y los Servicios (-21,3 %).

No quiero disentir con quienes consideran a los bares un lugar donde se aúnan las esencias culturales, la socialización, la música o el fútbol, pero, en estos tiempos de la covid-19, se ha demostrado que sin bares vamos tirando; sin garantía plena del abastecimiento de alimentos y sin un tejido productivo diverso y cercano, nos tambaleamos y no precisamente por la ingesta de alcohol.

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