Aster Navas

Táper

Le debo mucho a Velarde. Gracias a Velarde, entendí desde muy niño que la ternura puede ser muy cruel y la crueldad extremadamente tierna; que son territorios limítrofes; que las mentiras pueden ser piadosas. Vamos, que no hay blanco o negro. −Seguro, cariño, que no te ha entendido la letra −le decía su madre año tras año el día de Reyes a Velarde, cuando Velarde no encontraba junto a sus zapatos el Scalextric que les había pedido sino, como mucho, un sucedáneo. Así me lo contaba al volver al colegio los primeros días de enero. Llevaba desde entonces abrigando esa sospecha −curiosa, elocuente palabra «abrigar»; alimentar, incubar−, pero ha sido la tarde de Año Nuevo, saliendo de casa de mis cuñados con un táper de carrilleras, cuando me ha asaltado el convencimiento de que todo lo que hemos vivido durante esta quincena ha sido un montaje. Lo de la Navidad quiero decir. No, no lo he comentado con nadie, pero un sexto sentido −llámenme desconfiado− me dice que la intención, el objetivo de estas celebraciones no era que fuéramos felices; o más felices; que ese derroche de luz y de ruido −ya sé que no me van a creer− no ha perseguido en el fondo nuestro bienestar emocional sino algo más lucrativo.

Me asalta −significativa palabra, «asaltar»− esa certeza justo en estos días en que comprobamos en Nueva Orleans, en Montenegro o en Almería que, salvo el último dígito, todo sigue igual; estos días en que desmontamos el escenario y queda más a la vista que nunca el cartón piedra, la tramoya de todo este tinglado; justo en estos días de rebajas en que mezclamos valor y precio y lo que en Reyes era cool se convierte mágicamente en outlet; lo que parecía exclusivo es ahora un saldo, un retal; cuando la Conferencia Episcopal se querella contra Lalachus; cuando el plato principal ha devenido en sobras; en táper. De hecho, quizá «táper» sea un término más acertado que «mochila». Deberíamos dejarnos de mochilas −«Dani Olmo, la mochila del Barça», «Las mochilas de Osakidetza hipotecan su eficiencia»– y tirar de lonchera, de táper como metáfora definitiva. La mochila a fin de cuentas te la cuelgas a la espalda y listo, pero lo del táper ya es otra cosa, harina de otro costal. Del táper no se sale tan fácil. Tiene uno que andar pendiente de él y te ata de manos; te condiciona la nevera, el congelador. Te obliga a volver a casa de tus progenitores. El táper, incluso vacío, te descoloca: no hay forma de organizarlos de una manera racional ni eficiente; al sacar uno se vienen abajo todos. Ahí está, sin ir más lejos el 2025. Con el pedazo táper que se lleva del 2024 no sabe uno si va a levantar el vuelo: las guerras y sus víctimas pesan mucho; los populismos, un huevo de pato; Sudán... Además, el Imperio sueña con hacerse grande otra vez y lo que el Imperio y Kekius Maximus entienden por grande hace nuestro mundo más pequeño. Quizá le salve la rima; el cinco siempre tuvo una rima fácil, cachonda, irreverente, que nos puede ayudar a sobrellevar lo que venga. Claro que uno tampoco se puede fiarlo todo a la lógica aplastante de las rimas. Ahí está Mazón, (que, por cierto, se ha llevado un buen táper de su comida en El Ventorro) que rima perfectamente, consonantemente, aparte de con algunos improperios, con «dimisión», pero no hay manera. Ni caso; quizá porque son malos tiempos para la lírica. Valencia rima inevitablemente, una y otra vez, con paciencia. El táper de lodo y negligencia con que cargan esos ciudadanos... Virgen santa.

Es difícil hacer borrón y cuenta nueva, cambiar de página, de registro. Los que sí lo han conseguido han sido Hugh Grant, irreconocible en «Heretic», su última película, donde se ha deshecho del táper de fotogramas de «Cuatro bodas y un funeral» y Daniel Craig en «Queer», esa cinta recién estrenada en la que no le queda nada del agente 007.

La realidad, sin embargo, es más terca. Feijóo llevará siempre en su fiambrera a Marcial Dorado, Sánchez su espantada en Paiporta, Puigdemont un sombrero de paja y el fiscal general del estado un móvil formateado. Ya tenía que salir la rima.

Velarde fue cambiando de rey y enmendando su caligrafía, pero no hubo manera. No sé cuándo abriría aquel táper de desengaño... No, tampoco le trajeron el Cinexin. Seguro que, después de aquello, es republicano.

En fin.


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