Un mundo silencioso e invisible. 1 de diciembre
El reloj de la vida para en un momento en el que sabes que un virus ha entrado en tu joven cuerpo e inicia un proceso de autodestrucción; la causa, disfrutar la vida al igual que cualquier otro y seguir conductas normalizadas. Pero el virus es real, espera la oportunidad y se adueña de ti.
Te das cuenta que hay dos mundos paralelos que pocas veces contactan, el ficticio y asumido por todos y el mundo paralelo de los seres invisibles que aprenden a identificarse con claves que nadie descodifica. Los invisibles, aunque sean 78 millones de seres de toda procedencia, pensamiento, edad, creencia... son conscientes de la necesidad de defenderse de ataques diarios desde la inconsciencia.
El recuerdo habla de islas-sidatorios, pabellones de infectados-afectados, niños discriminados y abandonados, muerte y dolor y vergüenza ajena, por lo que, incluso, nos negaron la muerte digna o el acompañamiento en los últimos momentos. Es el mundo real de la inmensa mayoría acomodada, que discrimina sin criterio todo lo que desconoce. Nos es incómodo a veces, pero sabemos que el código para habitar en él es muy fácil de utilizar. Nos hacemos invisibles y somos tan cómodos, como el resto de los que lo habitan.
El reloj marca un tiempo que avanza, pero su intensidad no fue la misma en los inicios del proceso de avance de la incidencia del virus; inicialmente pocos casos y falta de conciencia colectiva, que facilitó la propagación. Fueron momentos duros, de ataques de todo tipo, era el castigo divino, cáncer rosa, la lepra del siglo XX, y los colectivos de mala vida quienes lo merecíamos todo. La soledad manifiesta hizo que solo unos pocos dieran un paso decisivo para la prevención y dignificación de nuestra situación.
En un periodo intermedio, los mensajes se hacen más reales y se visualiza nuestra presencia. Hay un coste personal de difícil cuantificación. Perdemos nuestra intimidad a cambio de demandar que se nos reconozcan los derechos colectivos. La dinámica asombra a un mundo paralizado por el temor a un virus y lo que representa. Nuestra lucha se convierte en una dinámica fuerte y eficaz. Encuentros, jornadas, conferencias mundiales, reivindicaciones y movilizaciones masivas. El lazo rojo solidario es respetado y cientos de miles de personas en el mundo claman soluciones ante los intereses de multinacionales farmacéuticas, los sectores más reaccionarios de la humanidad y unos religiosos empeñados en que volvamos a nuestro silencio y miedo.
El reloj actual nos devuelve, pese a nuestros logros, a retroceder en nuestros pasos, volvemos al silencio y lo invisible, a callar la discriminación y la situación de millones de personas que lo padecen en soledad, pese a que el pasado año fallecieran más de 1.200.000 personas y quedemos 37.000.000. Ya no somos capaces de garantizar la creatividad e ideas que lograron cambiar el mundo hacia una realidad mas justa. Pedíamos solidaridad, fármacos para todos, igualdad de derechos, respeto a la diversidad, no a los intereses de las multinacionales, prevención, derecho a la muerte digna...
Ahora somos personas silenciadas, incluso en nuestro entorno; los expertos nos analizan, nos valoran, nos cuantifican, nos clasifican, caen en el error inicial de ocupar nuestros espacios e interpretarnos, como hace tiempo se maquillaban los blancos para representar a los negros.
Pero aún queda el paso definitivo, que llegará. Que hablará de nuestra realidad desconocida, de nuestras vida contadas por nosotros mismos, sin morbo, sin añadidos y sin tapujos, hablar de la droga y el consumo inducido por los poderes fácticos, de los negocios de las farmacéuticas y la prevención torpedeada una y otra vez, de la situación en las cárceles, la propagación interesada del virus localizado hasta convertirse en la pandemia actual, la muerte silenciosa y solitaria, del hambre y la miseria, del abandono, de los sidatorios, de la discriminación, de lo que nos ha obligado a callar y no reivindicar nuestros derechos, del miedo, del terror... Pero también de nuestros logros ante una sociedad noqueada por la normalidad y la falta de ideas nuevas, sociedad injusta que también tiene su reloj propio y que avanza hacia la nada.
Este 1 de diciembre quiero quedarme con el recuerdo de mis compañeros y compañeras fallecidos y que tanto han luchado, con el buen sabor de saber que la lucha continúa, que somos muchos quienes queremos un cambio en esta sociedad para que sea más justa. Quiero aprovechar para reclamar al Gobierno español, jueces y sus acólitos, que dejen de utilizar el sida como elemento de presión y venganza, pido la libertad de todos los presos que viven con el VIH/ sida y sobre todo la de Ibon Iparragirre. El reloj de la venganza y el odio ya no funciona, y vuestros límites están en vuestras propias miserias, que son muchas.
Un lazo rojo por todos y todas, y un abrazo y un beso rebeldes a mis compañeros. Seguiremos luchando contra la nada.