Una sociedad anestesiada
La clase económica y políticamente aquí dirigente siempre ha volado pegada a una rapiña elemental y concluyente. España es un país donde el dinero nace ya con pasaporte dudoso y propensión a la huida
He oído palabra por palabra las declaraciones del Sr. Rajoy tras su despacho con el rey. El Sr. Rajoy hablaba para un pueblo que lleva siglos anestesiado. La sucesión de supuestas mejoras que ha logrado para el pueblo durante su largo y destructor mandato eran aludidas con una seguridad estupefaciente. Según este caballero, ha mejorado el empleo, –no le importa ni su calidad ni su indecencia salarial– aunque las últimas estadísticas confirman que el paro ha vuelto a aumentar hasta el 21% y el empleo baja en 64.600 trabajadores; la obscena manipulación estadística hace que se cuenten como disminución del paro los cientos de miles de españoles que en pleno vigor han abandonado su país durante los últimos cuatro años para buscar vida en otras naciones; dice el Sr. Rajoy que el Estado del bienestar ha reabierto sus puertas, aunque los recortes monstruosos en ese bienestar no cuentan para él; se ha consolidado, según el gallego malquerido, la estructura bancaria –no le importa que los bancos españoles funcionen merced a un suministro continuo de moneda desde el Banco Central Europeo, sin que ese dinero alimente un crédito expansivo sino que va a engrosar un atesoramiento improductivo–; los salarios y las pensiones han sido saneados, dice, aunque las necesidades cotidianas de los ciudadanos se multiplican sin esperanza real de asentarse en una estructura progresiva que apunte a lo sostenible ni a lo mínimamente suficiente; la cultura desborda de brillantes premios internacionales aunque el peatón jamás lleve un libro bajo el brazo ni los estudiantes reciban una enseñanza medianamente orgánica; el comercio, que respira disnéicamente, depende de unos consumidores en sobrevivencia y de un transporte con una gasolina que está entre las más caras de Europa; la construcción de viviendas regresa a una nueva burbuja de consumidores ricos y en muchos casos transeúntes en tanto que un océano de viviendas de tipo medo y social envejecen vacías en barrios desiertos, aunque la UE avisa seriamente contra la política española de desahucios y de cláusulas bancarias abusivas.
Con todo esto en el escaparate del barrio insiste el Sr. Rajoy en los logros de su Gobierno ante unos periodistas en equilibrio inestable que transfieren estas noticias gubernamentales a la calle y aún las subrayan no pocas veces tragándose el sonrojo de su contribución a la mentira. Periodistas obligados a apretar la ceniza del brasero con la badila del poder. Más aún, los «populares» caminan ya hacia las próximas elecciones previendo triunfalmente un recrecimiento de sus sufragios a fin de seguir explotando jugosamente su desidia social. Usan para ese camino el lema que popularmente se atribuía a la Guardia Civil caminera: «paso corto, vista larga y mala leche».
¿Pero en qué país vivimos? Jorge Manrique ya lo describió en sus versos permanentes: «Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar/ que es el morir/… Partimos cuando nacemos/ andamos mientras vivimos/ y llegamos/ al tiempo que fenecemos./ Así que cuando morimos/ descansamos».
«!I tant!», como decimos en Catalunya ante algo que nos asombra.
Pero antes de seguir adelante me gustaría trascribir un texto que avala en buena parte lo que dejo escrito sobre el cínico comportamiento de una voluminosa parte del gran empresariado español, amparado por una banca en colusión con los que explotan el estropicio social que nos lleva a vivir en términos de vieja colonia interior. Se trata de subrayar el comportamiento de ese empresariado que resulta increíblemente feudalizante incluso considerado desde la dura óptica de la «modernidad» neocapitalista. Para ello reproduzco un párrafo de «El proceso del crecimiento económico» de W. W. Rostow, economista norteamericano belicista, predicador de un proteccionismo selectivo, apóstol de una radical economía conservadora, agresivo político intervencionista en los tiempos en que desempeñó elevados cargos en Washington. Pues bien, esto escribe Rostow, que parece un templado liberal si se le contrasta con el empresariado español: «¿Qué podemos decir en términos generales acerca de la oferta de financiación durante el periodo de despegue? (que es, por lo visto, en el que estamos según Rajoy) Primero, como una condición previa, parece necesario que el excedente de la comunidad que rebase el nivel de consumo de las masas (en el que podríamos encontrarnos si de verdad se gobernase honestamente) no vaya a manos de quienes lo esterilizarán atesorándolo, gastándolo en consumo de lujo o en inversiones de baja productividad. Segundo, como otra condición previa, parece necesario que se desarrollen instituciones que faciliten capital de explotación barato y suficiente. Tercero, como condición necesaria, parece que uno o más sectores de la economía deben crecer rápidamente provocando un proceso de industrialización más general, y que los empresarios de estos sectores han de destinar un porcentaje sustancial de sus beneficios a nuevas inversiones productivas, siendo una posible y recurrente versión de este proceso la inversión de los ingresos procedentes de un sector de exportación en rápido crecimiento…Sean cuales sean los motivos que han impulsado a los hombres a realizar los actos empresariales positivos del periodo de despegue, parece indudable que estos motivos han sido muy diversos en las distintas sociedades y que raras veces, o nunca, han sido motivos de carácter puramente material».
Sería consolador, al menos «rebus sic stantibus», que el empresariado, o sea, la derecha más potente, tuviera en España la conciencia moral a que alude Rostow. Pero no parece que el futuro vaya por ahí. El calvinismo no alimentó los motores de nuestra derecha de horca y cuchillo. Por el contrario, la clase económica y políticamente aquí dirigente siempre ha volado pegada a una rapiña elemental y concluyente. España es un país donde el dinero nace ya con pasaporte dudoso y propensión a la huida. Frente a esta realidad -–que no pesó nunca gran cosa en Euskadi o Catalunya, orientadas hacia una moral cultural y material más exigente– hay que volcarse no en una mera reforma constitucional, diabólico juego confusionario, sino en una creación de espíritu popular que tienda un puente de gran arco sobre el fracaso social en que estamos estancados y que desgraciadamente también pudre ya el esqueleto ético de los pueblos del norte. Dice el Sr. Rajoy, con ese desenfado que le caracteriza, que España empieza a ser un ejemplo para Europa. ¿Un ejemplo de qué? La corrupción ha invadido todas las capas de la sociedad española, hasta el punto de que esa corrupción aparece como una forma de inteligencia con que nos desafiamos a una carrera vergonzosa. ¿Y cómo salir de ese juego siniestro? Frente a las próximas elecciones legislativas renacen zaragatas y oportunismos desconsoladores. Hace falta emplearse a fondo en una nueva cimentación que sirva de base sólida a un edificio verdaderamente comunitario. Los protagonistas de esta complicada aventura han de partir de un único pensamiento: que no se trata solo de conseguir el Gobierno sino de inventar otro poder. Y para eso, y hoy recurro incluso a Rostow, hacen falta dirigentes que trabajen impulsados por motivos superiores a los puramente materiales. Motivos poderosamente humanos que sirvan para crear un futuro absolutamente distinto.