Valencia: esto no es una catástrofe natural
Escribo estas reflexiones porque muchas personas cercanas que viven fuera de Valencia me han llamado estos días para interesarse por cómo están las cosas aquí, y para saber cómo poder ayudar. Quisiera agradecer su interés. Saben que, si no nos autoorganizamos para el apoyo mutuo, y denunciamos la lentitud, cuando no dejadez y desidia del Estado, estamos apañadas.
Valencia hoy, más de una semana después de las riadas: indeterminados cadáveres pudriéndose en las cunetas, en el mar o en garajes anegados; informes científicos de hace décadas ignorados; decenas de miles de personas, sobre todo jóvenes, con escobas, palas y comida tratando de paliar los efectos de la riada; inversiones públicas millonarias para el negocio turístico y cero para las infraestructuras de canalización de barrancos y ríos desbordables; viviendas a precio de oro inaccesibles para las clases bajas y medias que recurren a vivir en los municipios periféricos; empresarios centrados en su enfermo ánimo de lucro que tan solo tratan de salvarse.
Militares y policías disfrazados de héroes en el teatro mediático, vigilando y tratando de hacer que carreteras y vías de tren se restablezcan para que volvamos a la «normalidad», es decir, para que la vecindad acuda puntualmente al trabajo. Políticos incompetentes que buscan eludir su responsabilidad y abandonan a los habitantes de los municipios inundados a su suerte. Un Estado tan solo ocupado en evitar que le salpique el barro y la miseria a la que condenan a las víctimas que han perdido su casa, su salud y su modo de vida, que han perdido familiares, algunos aún desaparecidos en el fango acumulado o flotando en el mar.
Una ciudad, conmocionada y en shock por una catástrofe que se empeñan en repetir que es natural, cuando la gran mayoría de sus efectos y víctimas podrían haber sido evitables. Ni siquiera el desgobierno que supuestamente nos gobierna fue capaz de avisar a tiempo y, cuando lo hizo, en algunos casos fue para convertir los garajes, ríos y calles en trampas mortales. Lo peor es que nadie será sancionado por ello. Buscarán chivos expiatorios en un par de centenares de personas que han saqueado sobre todo tiendas y centros comerciales. Los empresarios que no dejaron salir a tiempo a sus trabajadores de las ratoneras en las que les encerraron, o los políticos responsables del caos, a lo sumo, y solo algunos de ellos, dimitirán o serán cesados para guardar las formas y tratar de contener la indignación social.
La población conmocionada, como en tantos desastres, pedirá ayuda a sus verdugos y estos harán negocio con la post catástrofe, cuyas facturas pagaremos con nuestros impuestos. La historia reciente del electroshock colectivo se repite: guerras, pandemias, inundaciones han sido, son y serán, el escenario perfecto para lucrarse con la reconstrucción. Mañana de nuevo acudiremos a echar una mano a quien lo necesite y, sobre todo, a tratar de hacer sentir a las víctimas que no están solas en medio de esta tragedia y desamparo que podría haberse evitado en gran medida. Los discursos y medidas paliativas que se están aplicando están muy lejos de los cambios estructurales para que no se vuelva a repetir. Esperemos que la manifestación del próximo día 9 sea un antes y un después en la gestión de los efectos y motivos del cambio climático, si no, y sobre todo las clases vulnerables, lo tenemos muy mal.