Vasco bueno en Madrid
Me he vuelto a acordar de lo que dijo Rafa Castellano hace casi medio siglo: «en Madrid, si vas de vasco bueno, arrasas». No es muy diferente de lo que decía Telesforo: «¡Ojo con los que te aplauden en Madrid». Rafa es un escritor y periodista nacido en la capital de España, radicado desde joven entre Mutriku, Deba y Zarautz, si la memoria no me falla. No sé de él desde hace mucho, pero le recuerdo como brillante colaborador de La Codorniz, de Euskadi Sioux, de “Punto y Hora”, de "Egin", y de muchos medios más que requerirían ser explicados para que los menores de setenta años, y aun así, tuvieran noticia de ellos. Y no viene al caso.
Digamos que Rafa es de las personas que más y mejor ha escrito en nuestro entorno, que lo hizo también en el euskara que aprendió una vez instalado entre nosotros, con menos gracia, desde luego, que en su castellano nativo, a decir de Txillardegi. A Rafa le recuerdo también como testigo y testimonio de la memoria del Jorge Oteiza asomado a la centuria; testigo de sus geniales locuras, testimonio también de sus decepciones personales, que siempre eran políticas: de sus filias y fobias. No sé en qué andará Rafa, pero seguro que andará.
Creo que la primera vez que eché mano del aserto Castellano fue con ocasión de los aplausos que Mario Onaindia empezó a cosechar en Madrid, bodeguilla felipista y colaboración Pradera en "El País" mediantes. [Sí, ya sé que muchos no sabréis de qué va esto, pero no merece ser explicado: basta con que comprendáis el resto]. Seguramente, Telesforo (Monzón, naturalmente) lo había expresado con carácter más general y por la misma época, al decir que había que preocuparse cuando el adversario (¿el enemigo?) te aplaudía, lo que él llamó los aplausos de Madrid. No ha sido la única ocasión en la que he recurrido a Rafa para ejemplificar al vasco bueno de Madrid y comprobar lo acertado de su juicio. El vasco bueno, por otra parte, se beneficia del vasco malo para triunfar por goleada: en tiempos de Mario, eso estaba cantado.
No sé por qué, o tal vez porque un colega generacional, tras ver la foto de Mertxe con Sánchez me dijo «¿O sea, que Euskadiko Ezkerra tenía razón?», me lleva a pensar en Bildu. Yo no creo que EE tuviera razón, pero tampoco les vendría mal a sus cuadros reflexionar sobre estas cuestiones. El proyecto tiene ante sí un futuro y un reto muy tentadores, de los que puede salir bien, y no solo en términos electorales, o convertirse en un partido más (no había reparado en lo significativo del término partido como dividido o roto, que también). No le van a faltar los peligros del halago, que a veces son los más tentadores. Se puede afirmar sin mucho riesgo que, a estas alturas del partido, para la mayor parte de sus votantes es una organización en la que se han diluido diferencias originales. Ya pasó antes con Herri Batasuna, donde anidaron distintos matices del rojo e independientes con perfiles distintos: había lugar para todos, durante un tiempo al menos, hasta que la disciplinada coherencia exigida por la dirección condujo al proyecto por otros caminos. La experiencia (eskarmentua) debe servir para algo, y en Bildu hay sobrada. Además, de momento, el poder y sus medios no le tragan.