Veinte años del 11-S
Después de un asesinato, para encontrar al culpable, la Policía se pregunta: ¿quién se beneficia? Pues bien, tras más de 3.000 asesinatos de personas humildes, el mundo árabe, desde luego no.
Han transcurrido ya de los ataques a las tres torres del WTC (si, tres, la 1, la 2 y la 7, un edificio no impactado por ningún avión, de 47 pisos de altura, que cayó a las 17.20) y no se conoce aún al responsable. Es curioso que los medios callen. No ha habido todavía en aquel país, tan estricto en temas judiciales, ningún juicio contra nadie, aunque lo habrá, pero las acusaciones no irán hacia fuera, sino hacia dentro. Los primeros años era imposible poner en duda el 11-S sin parecer ingenuo, paranoico o cómplice. Hoy ya no. Muchas asociaciones buscan la verdad dentro de los mismos EEUU. Familiares, técnicos, hispanos, bomberos, pilotos, escolares, actores o simplemente gente honesta deseando saber en qué se está convirtiendo su país. Ni Sadam Hussein, ni Bin Laden, ni Gadafi tuvieron nada que ver. Si así fuera, no habrían sido muertos sin necesidad, sino detenidos e interrogados.
El mundo cree saberlo. La gente cita de memoria las imágenes de la tele, como un film de Hollywood. Pero, detrás de su interpretación por la administración Bush, pudo suceder algo muy diferente. El 7.11.2008 el arquitecto Richard Gage, miembro y fundador de Arquitectos e Ingenieros para la Verdad del 11-S con más de 1.600 socios, y más de 12.000 colaboradores, habló en el Colegio de Arquitectos de Madrid dando una versión muy diferente de la oficial. Una demolición controlada.
Cuando los dos aviones se estrellaron, un incendio devoraba la oficina del vicepresidente, y hubo el ataque al Pentágono, el coordinador nacional de la lucha antiterrorista, Richard Clarke, activó el procedimiento «Continuidad del Gobierno» (CoG). Concebido en la guerra fría, en previsión de un conflicto nuclear y que los poderes ejecutivo y legislativo quedasen decapitados, la CoG debía salvar el país poniendo todas las responsabilidades en manos de una autoridad provisional previamente designada en secreto. Pero el 11.09.2001 ningún dirigente electo había muerto. Tampoco nadie con un salario superior a los 100.000 dólares anuales, a pesar del máximo estatus de los tres edificios.
Pese a que todos los dirigentes de la administración y del Congreso estaban vivos, George W. Bush dejó de ser presidente a las 10 h. El poder ejecutivo se transfirió de la Casa Blanca, al Complejo R, el gigantesco bunker de Raven Rock Mountain. Mientras, unidades del Ejército y del Servicio Secreto se movían por todo Washington llevando a los miembros del Congreso y sus equipos de trabajo, supuestamente para «garantizar su seguridad», al Greenbrier Complex, otro megabunker cerca de Washington. El gobierno alternativo, cuya composición no había cambiado en nueve años, incluía, ¡casualidad! a personalidades veteranas en la política, como el vicepresidente Dick Cheney, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld y el ex director de la CIA James Wolsey.
El 26.10.2001, al firmar la “USA Patriot Act”, el presidente G. Bush anula la “Carta de Derechos”. A partir de ese momento, la ciudadanía de EEUU pierde toda protección ante la razón de Estado en casos de terrorismo. Y el resto del mundo, cualquier parte, puede ser atacada sin más aviso ni viso de legalidad, por ser cómplice del terrorismo global. O sea, Guantánamo. Según la doctrina Rumsfeld-Cebrowski, ya no hay que ganar las guerras. El enemigo de EEUU es la estabilidad. Se necesita un ambiente hostil, bélico y de crispación que justifique ejércitos, miedo y venta de armas. Porque los únicos que pueden gestionar eso son las élites. El pueblo y su voluntad solidaria quedan al final. Ganan dinero destruyendo y también lo ganan construyendo. Es la tormenta perfecta.
Por eso las guerras en Irak, Libia, Siria y Afganistán, que iban a durar sólo semanas. Esta última con un tremendo fracaso de los EEUU. Tuvieron que luchar contra los mismos que habían apoyado en la guerra contra la URSS en los años 80, y fueron allá para instalar la democracia, pero no lo han conseguido, está mucho más lejos. Y tampoco han terminado con Al Qaeda. Gastados cientos de miles de millones de dólares, cientos de miles de muertos (seguramente millones) y otros tantos refugiados y devastados varios países, ¿qué se ha conseguido? No sólo EEUU ha perdido esta guerra, también la OTAN y España. Hemos gastado 4.000 millones euros del contribuyente nacional, donado 17.000 toneladas de armamento, y autorizado el uso de las bases de Rota y Morón; es decir, hemos sido colaboradores necesarios.
Hay muchísimos motivos para sospechar de la versión oficial: el cobro de un seguro firmado siete semanas previas a la destrucción del WTC de 3.500 millones de dólares por Larry Abraham Silverstein y otros aún desconocidos sabios inversionistas. Que una estructura tan frágil como un avión atravesara una estructura formidable calculada para soportar esfuerzos mucho mayores. Cómo se fundió el acero a 900º, cuando necesita 1.560º. Que los edificios cayeran a velocidad de caída libre. Que los días previos algunas de las plantas de las torres fueran desalojadas para inspecciones técnicas, y los perros detectores de explosivos retirados. La empresa responsable era Securacom y su director, Marvin Bush, el hermano pequeño. La omnipresencia entre los escombros de termita, empleado para cortar y fundir columnas y vigas de acero. El derrumbe de la torre 7, ni mencionada en el informe oficial. Las pruebas del crimen no sólo no se investigaron, sino que fueron enviadas a toda mecha en gigantescos contenedores fuera del país y destruidas.
Después de un asesinato, para encontrar al culpable, la Policía se pregunta: ¿quién se beneficia? Pues bien, tras más de 3.000 asesinatos de personas humildes, el mundo árabe, desde luego no. Hay personajes que han engordado su patrimonio en cien veces, siendo ya muy ricos, y el pueblo se pregunta como todas las desgracias acaban perjudicando a los mismos. La importancia del 11-S reside en la exportación del miedo y la capacidad de su uso por la élite económica para iniciar cruzadas que nunca terminan para imponer su dominio; y en crear las condiciones para la manipulación de la política del Estado y la conducta de sus ciudadanos. Se llama PNAC, Proyecto para el Nuevo Siglo Americano y necesitaba otro Pearl Harbour, un casus belli. Algún día no muy lejano se sabrá la verdad. Y la luz brillará por el trabajo de la gente sencilla, no por ninguna comisión oficial.