Aster Navas
Profesor

Vivir en pecado

Ya decía Sartre que «No hay necesidad de fuego, el infierno son los otros»

Lunes. Hubo un tiempo en que esta ciudad, que hoy amanece con temperaturas bajo cero, era un solar, un borrador, un proyecto. –Estudia para no tener que estar así, hijo –me solía decir mi abuelo Domingo al pasar en invierno, camino del colegio, junto a las obras, las zanjas o los edificios en construcción de los que solamente estaban en pie el encofrado y los esqueletos de hormigón. Al hombre, con muy buen criterio, le preocupaba que su nieto tuviera que ganarse la vida como lo había hecho el resto de la familia, a la intemperie. No, no había otra razón más perentoria, mayor argumento de peso para estudiar que la Intemperie. La Intemperie era para él el motivo fundamental, con mayúsculas, para formarse: esquivar la lluvia y el frío, asegurarse un trabajo bajo techo y junto a un radiador. Quien no estudiaba, quien no hacía los deberes o no atendía a Don Serafín purgaba aquel terrible pecado, aquella culpa, sufriendo las inclemencias del tiempo; mordido por el frío, hostigado sin piedad por el calor. Pura supervivencia.

Martes. Veo una nueva entrega de First Dates. Una viuda de Mallorca le dice explícitamente a su compañero de mesa, que venía en busca de una relación formal, que antes de nada –antes incluso de los entrantes– quiere dejar claro que de matrimonio ni hablar porque perdería la pensión. –Prefiero vivir en pecado –afirma, bajando ligeramente la voz y mirando en derredor.

Miércoles. Mientras tomo un café entro en twitter. Quizá al revés; no lo sé muy bien. El «No corregir la ‘ley del sí es sí' es soberbia infantil» de Manuela Carmena se sigue viralizando. Anda desatado por la casa de Elon Musk. Un tal @CesarP_girho me deja con la taza en la mano, a mitad de camino: «Aquello que un día te dijeron que no tenía ni pies ni cabeza hoy lleva sombrero y zapatos». –Ostia… –me digo con el cortado a punto de rozar los labios pero sin conseguirlo.

Jueves. –Imaginaos un mundo sin sintaxis… –sugiero a mis alumnos de 4.A mientras preguntan sin ningún entusiasmo al verbo –«Fuimos al cine con Nerea»– si ha visto pasar por allí cerca al Complemento Directo. –Un mundo sin sintaxis, sin tiralíneas, sin acelgas, sin domingos por la tarde –insisto. No se produce ninguna reacción. Bueno, sí, una alumna dice que el verbo es intransitivo.

Pasamos a la siguiente oración: «Me gusta Egoitz». –Cuidado con Egoitz, les advierto. –Gramaticalmente quiero decir –les aclaro… Menudo «sujeto» el Egoitz…

Viernes. «Vas a arder en el infierno». Con esa frase me desayuno. Es el comentario que el cantante Agoney recuerda haber escuchado varias veces en su vida por ser miembro de la comunidad LGTBI. Sobre todo –concreta– en su época de monaguillo. De ahí, parece, lo de «Quiero arder», la canción con que quería ir a Eurovisión. Ya decía Sartre que «No hay necesidad de fuego, el infierno son los otros». El único sinónimo de monaguillo es «acólito». Claro que no es exactamente lo mismo. Es lo que pasa con los sinónimos.

Sábado. Leo en un diario digital que el rabino Shmuel Eliyahu afirma que el terremoto de Turquía y Siria es un «castigo divino» que «limpia el mundo y lo hace un lugar mejor». No, no dan nada en la tele los fines de semana.

Domingo. A la vuelta de mi paseo por el muelle, mi pareja me plantea, tras enumerarme sus virtudes, comprarnos una freidora de aire.

Procuro disuadirla. Me quedo pensando si este nuevo electrodoméstico ha venido a llenar el hueco dejado por la yogurtera y por la vaporeto… Si este electrodoméstico tiene también, como aquellos, su dosis de penitencia.

En fin.

Bilatu