Zaldibar y la sociedad del riesgo
Sucesos tan graves como el acontecido en Zaldibar formarán parte de la cotidianidad, porque aparentemente el progreso y el bienestar forman parte de la sociedad del riesgo en la que estamos inmersos.
Conocía Zaldibar por su situación fronteriza entre Bizkaia y Gipuzkoa, también por tener una pariente muy cercana ingresada durante muchos años en el sanatorio de esa localidad a quien visité en varias ocasiones durante mi infancia y juventud. También conocía Zaldibar por ser la cuna del gran entrenador José Luis Mendilibar. Así era hasta ahora que he conocido el Zaldibar del «vertedero» que ha destapado las miserias de un sistema empresarial (no me refiero a los empresarios en general) mil veces alabado y ponderado por instituciones, con el lehendakari Urkullu a la cabeza, que parecen actuar como mayordomos de la tiranía mercantil.
Un vertedero construido sobre toneladas de amianto, entre dioxinas, furanos, policlorobifenilos y otros tóxicos reflejo de la inmundicia toxicológica de un capitalismo depredador y cruel, en cuyas entrañas dos trabajadores atrapados removerán las conciencias de muchas vascas y vascos y nos mostrarán las miserias de un modelo propicio para el beneficio indecente.
Dos trabajadores fallecidos que formarán parte del relato retórico de las frías estadísticas, que solamente permanecerán en el recuerdo de sus familiares y amigos, sin placas en calles ni plazas, sin más suerte que la solidaridad de sus compañeros y la de una ciudadanía que está harta de un discurso institucional vacío, ramplón, exculpatorio, sin un atisbo de autocrítica porque ellos jamás tendrán la culpa de una tragedia humana y medioambiental como la del vertedero de Zaldibar porque ha sido consecuencia de algo, dicen «extraordinario, inusual y totalmente impredecible».
Son los mismos que pretenden liderar la transición ecológica para el siglo XXI, los mismos que han dejado nuestra orografía llena de viaductos y los montes taladrados cual queso de Gruyer para un tren que no llega a ninguna parte, y son aquellos que nos inundan de infraestructuras faraónicas para uso y disfrute de la sinrazón mercantil. Son los mismos que defendieron la instalación de la central nuclear de Lemoiz en la Cala de Basordas, como un reto al más ambicioso desarrollo moderno, el I+D del siglo pasado, y como propuesta alternativa a quienes nos mostramos en contra de aquella barbaridad ecológica, y que en palabras de algún insigne jeltzale arrastrábamos a la ciudadanía vasca a sobrevivir a base de plantar y comer «berzas».
Son los mismos que estigmatizaron a quienes defendieron un modelo de gestión de basuras y de residuos en Gipuzkoa, con mayor o menor acierto, pero pretendiendo siempre ser respetuosos con el medio ambiente, sin más hipotecas que el de un compromiso social que no fue entendido por una parte de la ciudadanía, pero que desde las instituciones defendió EH Bildu con perseverancia y sobre todo con honestidad. Son los mismos que inundaron pueblos, plazas y balcones de bolsas de basuras, que banalizaron sobre el tema del vertedero en la cantera de Osinbeltz en Zestoa que pretendía transformar los residuos en materia inerte.
Son los mismos que defendieron y defienden las incineradoras como alternativa única para reciclar residuos urbanos, aquellos a quienes la Comisión Europea frenó las subvenciones destinadas a estos equipamientos para promover en su lugar la economía circular, son los mismos que se mostraban preocupados porque los vertederos, decían, «pueden contaminar las aguas del subsuelo y llegar a las aguas del consumo», y que ahora callan o minimizan las tremendas consecuencias de permitir ese laissez faire a un capitalismo insaciable. Son los responsables ¿arte y parte? de los estudios epidemiológicos y de la vigilancia de la salud relacionados con la actividad de Zabalgarbi o Zubieta, algunos de ellos miembros cualificados de la Mesa de Crisis de Zaldibar. ¿Habrá que creerles?
Pero no están solos ni sus políticas son tan originales. Todo ello forma parte del sistema económico neoliberal (y global) que simula ser ley universal que responde, de forma natural al devenir de los acontecimientos, o como dice Bourdieu «tiene el poder de hacer advenir las realidades que pretende describir, según el principio de la profecía autocumplida».
Estaba oyendo estos días a tres ilustres especialistas económicos en un programa informativo y de debate, (en una de esas cadenas de televisión generalistas) disertando sobre la economía que nos conviene a los mortales. Todos ellos académicos de contrastado prestigio, de tono, pose y prosa impostada, que analizaban las últimas propuestas económicas del nuevo gobierno, a saber: la aplicación de imposiciones fiscales a las transacciones financieras (tasa Tobin en versión carpetovetónica) y también la denominada tasa Google para obligar a estas multinacionales a tributar en los países en los que intervienen.
En su análisis, estos economistas expertos han ridiculizado las nuevas medidas por considerarlas populistas, de difícil aplicación, cuando no imposibles, de cartón piedra (en esta definición, curiosamente, han coincido dos de los expertos) y sobre todo por ser según ellos un brindis al sol. Cualquier medida, afirmaban los eruditos expertos, que contemple una carga impositiva va a suponer un retroceso en el crecimiento económico y consiguientemente un perjuicio para las capas populares, sobre todo para las más desfavorecidas, tal cual.
Para validar tamaña argumentación científica, uno de ellos, (parecía ser el más listo) se ha echado a la piscina y ha dado una lección magistral sobre la coyuntura económica en el mundo Entre coronavirus y demás contingencias que están produciendo desajustes en la economía mundial –invisibilizando de nuevo al individuo y sobre todo al individuo que sufre– como apuntan desde el FMI, el Banco Mundial, Agencias de Rating, y demás organismos internacionales que auguran una caída de entre 1 y 2 décimas en el crecimiento, él, el ínclito experto, además de dar el visto bueno a todos los indicadores, ha analizado la caída del 6,5% en el último semestre, nada menos que en Japón, que ha sido (experto dixit) como consecuencia de la subida del 18 al 20% del impuesto al consumo (el equivalente al IVA) que ha ocasionado un retraimiento en el consumo y ha propiciado esa caída. Mayor erudición no es posible.
Toda esta parafernalia discursiva, propia del catecismo neoliberal, estaba y está orientada a desacreditar cualquier incremento impositivo a multinacionales, a empresas del Ibex y a los ricos; a ese 1% que acapara el 82% de la riqueza en el mundo. Son doctores y catedráticos de pacotilla a los que formar parte e impulsar el discurso ganador parece que les acredita. Son, como decía Joseph Stiglitz, premio Nóbel de Economía en el año 2001, economistas que promueven y refuerzan la ideología política del neoliberalismo, los cuales han alcanzado un dominio casi completo en foros donde se reproduce la sabiduría convencional de los establishments políticos y mediáticos.
Ese lenguaje pretendidamente científico de los economistas neoliberales y su defensa a ultranza de las leyes del mercado está basado en un principio que se presenta como elocuente y sencillo, sustentado como explica el propio Stiglitz, en «la eficiencia del sistema económico que requiere incrementar la riqueza de los de arriba (las élites financieras y empresariales, así como las profesionales a su servicio), a fin de que tal riqueza vaya extendiéndose a los de abajo, que son todos los demás». Un principio que ha estado vigente siempre en las «ciencias» económicas dominantes. Parole, parole, parole, que decía la canción de la mítica cantante italiana Mina.
Decía Karl Polanyi en su obra La gran transformación, una crítica del liberalismo económico publicada en 1944, que el capitalismo moderno había propiciado una auténtica desviación de la norma social, moral e incluso espiritual de toda la humanidad, y pronosticaba sobre las crisis financieras que de forma cíclica llevarían al colapso económico, la degradación del trabajo, desintegración social, conflictos políticos y expolio de la naturaleza. Estas crisis, como ahora sabemos, en las economías capitalistas han pasado a ser estructurales. Polanyi desde luego acertó de pleno.
Lo cierto es que la hegemonía política financiera y también ideológica del neoliberalismo está propiciando, grandes recortes en las conquistas sociales y a su vez incentivan el temor que suscita el desempleo o el empleo precarizado y pretenden transformar la frustración de muchos sectores en furia antipopular. Son caldo de cultivo para una extrema derecha que crece exponencialmente de la mano de esa frustración que deja «al aire» las debilidades de la izquierda social, que ha ido perdiendo fuerza tras las contundentes respuestas iniciales y que tendrá que retomar la iniciativa.
fectivamente estamos viendo cómo la nueva izquierda no constituye una corriente homogénea reunida en torno a un proyecto estratégico común. Se inscribe, más bien, en un campo de fuerzas polarizado, de un lado por la resistencia y los movimientos sociales, y del otro, por la tentación de la respetabilidad institucional. La cuestión de las alianzas parlamentarias y gubernamentales ya es para esta izquierda una verdadera prueba de verdad como se refleja en los acuerdos y configuraciones de gobierno en el Estado español. A la izquierda le sigue faltando, una teoría bien definida que nos indique los pasos que hay que seguir para conseguir otro mundo posible.
Mientras tanto, sucesos tan graves como el acontecido en Zaldibar formarán parte de la cotidianidad, porque aparentemente el progreso y el bienestar forman parte de la sociedad del riesgo en la que estamos inmersos y que tan bien analizaba Ulrich Beck: «El hecho de que el reconocimiento del riesgo sea negado sobre la base de una posición «confusa» de conocimiento significa que la necesaria actuación contraria no se realiza y el peligro aumenta», así se explica lo de «extraordinario, inusual y totalmente impredecible».
Zaldibar, no nos olvidemos, no deja de ser una expresión más del capitalismo imperante e indecente que nos tiene atrapados.