Iñaki Urdanibia

Una patada de remate

Me da por pensar que va a ser mi última entrega como «cronista de tribunales», empeño que por razones de cercanía parentesco y afectiva me ha durado no sé cuántas entregas y la friolera de siete años, que es lo que entre una y otra cosa, se ha retrasado el juicio.

Poco hay que añadir, ya que el juicio, en dos fases, se ha acabado, con la sentencia definitiva (la verdad judicial, que dice el otro, se ha dictado). Tanto en el primer juicio como en el segundo ha quedado confirmado que existe una relación causal entre los golpes recibidos, propinados por un grupo de agresores, y la muerte de Santi Coca Hacine-Bacha. En el primer juicio, cuatro de los juzgados quedaron en libertad, mientras uno fue condenado por homicidio imprudente. En este segundo juicio, el juzgado que no pudo juzgado, ya que había huido, es condenado por el mismo cargo: homicidio imprudente, cuya máxima pena es de cuatro años; de modo y manera que teniendo en cuenta el tiempo pasado en prisión, en ambos lados de la muga, todo da por pensar que sea puesto en libertad, a no ser que tenga otras causas pendientes.

En el primer juicio todos echaron la culpa al ausente, al igual que la policía autonómica que consideró que el autor de la fatal patada era el ahora juzgado; es más alguno, de sus colegas llegó a afirmar que, tras la brutal patada, Santi, yacente, cerró los ojos.

Servidor no es ducho en estos menesteres legales, pero le resulta un tanto chocante, por decirlo así, que alguien sacuda una bestial patada a alguien que está quieto en el suelo, con rítmicas convulsiones, sea una imprudencia, ¿un error de cálculo?... Ha quedado subrayado que el agresor no tenía intención de matar, y ahí surge el rizo del rizo: ¿no es previsible, o posible, y hasta muy probable que con una bestial patada en la cabeza a alguien que previamente ha sido sometido a una paliza y yace en el suelo sin sentido su vida pueda ser puesta en peligro?

Yo le doy un navajazo a alguien y muere... mas que quede claro que no tenía intención de matar. Cierto que no es lo mismo, pero en este caso, la patada fue el remate de una vida... eso sí, remate imprudente... pues no existía la voluntad, clara y distinta, de matar. ¡Pues eso! ¡Agur!


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