La otra cara de la medalla olímpica

Los Juegos Olímpicos de París 2024 ya están  abiertos. Coparán la atención mediática y mantendrán ocupado al mundo durante las próximas dos semanas. En estos tiempos tan sombríos, la grandeza del evento deportivo puede unir al mundo en la admiración y esa es una perspectiva bienvenida. Pero la medalla olímpica, símbolo de los Juegos, tiene otra cara. Para los países anfitriones y los patrocinadores, los JJOO representan una oportunidad para desarrollar su agenda doméstica e internacional. «Olvídense de la política; disfruten del espectáculo», repite Emmanuel Macron, presidente de un país sin Gobierno, sumido en un limbo político. Menos loable ha sido su decisión de trasladar en autobuses a miles de migrantes, solicitantes de asilo y otras personas vulnerables fuera de París, lejos de la vista, a la antesala de la deportación, en una operación de «limpieza social» que nada tiene que ver con los valores del espíritu olímpico.

En un mundo en ebullición, la seguridad será una preocupación máxima para el comité organizador. Los Juegos Olímpicos modernos han tenido que lidiar con guerras, boicots, protestas, paros e incluso atentados contra los atletas. En París, Rusia está excluida de los Juegos por invadir Ucrania, algunos atletas rusos competirán bajo una bandera neutral, pero la nación se perderá los eventos por equipos. Israel, por  el contrario, estará presente a pesar de estar cometiendo un genocidio contra el pueblo palestino.
 
En la antigua Grecia, los Juegos Olímpicos eran un rito sagrado, muy diferente a cualquier otra faceta de la existencia. En tiempos de guerra, los griegos debían detener las hostilidades para observar la Olimpiada. Luego, el mundo volvió a cambiar, pero los JJOO siguen regalando momentos para la historia. Hitos memorables, tanto por las hazañas deportivas como por el significado político o social de algunos gestos, victorias o disputas. Momentos revolucionarios, a veces por un simple gesto de amistad, otras por romper prejuicios y abrir caminos. Y a veces, por reflejar, con desatada violencia, conflictos geopolíticos. Un reflejo de que, tras la pompa olímpica, también en los Juegos vive, evidentemente, la política.

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