Las decisiones necias de Madrid no vinculan al pueblo vasco
El cambio de postura del Gobierno español respecto al Sahara es una traición, una vergüenza y un despropósito, casi desde todo punto de vista. En medio de una pandemia mundial incontrolable, con una guerra en marcha en Europa, sufriendo una inflación que está asfixiando a la población, reforzada por una crisis energética y de suministros que afecta a todos los sectores de la economía, Pedro Sánchez juega a ser alguien en la comunidad internacional. Sin ningún mandato democrático, sin ni siquiera el apoyo de sus socios, de manera opaca y en base a tratos secretos, ha decidido retirar el apoyo al pueblo saharaui y sostener la posición de Mohamed VI.
Se quiere desentender así de la responsabilidad histórica que el Estado español tiene en este conflicto. Según el líder del PSOE, la opción de la autonomía defendida por Rabat es la «más seria, realista y creíble». Parece que Sánchez quiere llevar a otro estadio la fortuna cretina que ha caracterizado su carrera política. Con esta maniobra ha debilitado a sus socios, ha desconcertado a su estructura, ha enfadado a las fuerzas que sostienen su gobierno y ha generado un conflicto con Argelia, un proveedor vital de energía. Todo ello sin dar explicaciones, diciendo a la vez que no ha cambiado nada y que empieza una nueva época. Como de broma, pero en serio. Aparentemente, sin calcular bien las consecuencias de sus actos. Simulando no entender el estupor, como si fuesen incapaces de ver los efectos más obvios.
Ni principios, ni realismo ni oportunidad
La cuestión nacional española siempre está en la retina de las decisiones españolas contra la libertad y la democracia. El Sahara era el ejemplo favorito de algunos cargos socialistas –y de sus profesores universitarios– para denegar el derecho de autodeterminación en Euskal Herria, Catalunya y Galiza. Según defendían, en derecho internacional ese principio se refiere a las colonias, y exponían el caso saharaui como el paradigma de ese derecho frente a las demandas bastardas de vascos, catalanes y galegos. Claro que ni esos políticos ni esos «intelectuales» han tenido jamás problema alguno para justificar una derechización de las posturas del PSOE. Y el negacionismo es uno de sus principales rasgos políticos. No obstante, entre sus bases, el vínculo vital con el pueblo saharaui es real y este cambio es inexplicable.
Precisamente, un contexto bélico es el menos apropiado para inflamar otra esquina del tablero geopolítico. Cuando uno de los principales argumentos contra la invasión de Ucrania por parte de Rusia es que ha violado los tratados y normas internacionales –tal y como anteriormente hiciera EEUU–, jugar a decantar la resolución de un conflicto que depende de la ONU desequilibrando aun más una hipotética negociación es irresponsable y ventajista. Está claro que la posición saharaui estaba siendo minada por otros movimientos, como el de Donald Trump defendiendo la soberanía de Marruecos sobre el Sahara a cambio de que el régimen marroquí traicionara a su vez al pueblo palestino reconociendo a Israel. Madrid ha podido recibir presiones en este sentido, pero eso no mejora la operación.
Argumentar que Rabat ejerce el chantaje migratorio tiene varias lecturas. De nuevo, cuando se está inmerso en una campaña de asilo incondicional a los refugiados de Ucrania, poner semejante celo en la frontera sur de Europa implica un racismo institucionalizado inaceptable. Además, ceder a ese chantaje demuestra una debilidad política que su nuevo aliado gestionará a placer. Sus socios comunitarios tampoco van a tener a España en mejor consideración. Sus complejos están justificados: no pintan nada. Este cambio no soluciona la cuestión migratoria, la oculta temporalmente y, como todo chantaje eficaz, corre el riesgo de convertirse en característica central de la relación diplomática entre estados.
Solidaridad e intereses
Las decisiones de Madrid no vinculan a la sociedad civil y a las instituciones vascas, que tienen unos fuertes lazos con el pueblo saharaui y que deben seguir defendiendo su lucha por la libertad y la justicia. Los y las saharauis deben poder decidir su futuro libremente.
Esa relación fraternal se ha forjado en base a la solidaridad. Es momento de que esa solidaridad sea más profunda y se expanda. Hay que darle cauce. Es también una cuestión de interés. Un país pequeño y dividido como el vasco debe combatir que la dominación y el chantaje sean normas de las relaciones internacionales.