Resistencia y alternativa real a un falangismo mutante

No es fácil interpretar el resultado que tendrán en términos electorales los sucesivos errores del PSOE en estas semanas. Ese era el cálculo, pero ¿qué pensarán sus votantes de la brutalidad desatada en Catalunya, de las condenas a los políticos catalanes, de la negativa a entablar un diálogo político o del giro perverso de la exhumación de Franco, convertida en una miserable celebración de Estado? La perspectiva vasca, tan divergente de la centralidad madrileña, puede distorsionar este cálculo y dificulta saber si semejantes despropósitos tendrán o no castigo en las urnas.

Hay que tener en cuenta que, por ejemplo, según un sondeo de Metroscopia, sólo el 48% de los encuestados en el Estado español estaba de acuerdo con la exhumación de Franco y un 38% no la veía bien. El 44% optaba por la equidistancia, al considerar que el franquismo tuvo cosas negativas pero también positivas. Entre los votantes del PSOE, exactamente la mitad de ellos tenía una opinión negativa, mientras que la otra mitad (45%) coincide con el dato general de equidistantes. Ojo, la mitad, en un razonamiento que es el mismo que conduce a esquemas como los de «ni machista ni feminista», «ni de izquierdas ni de derechas»… es decir, lo que mande el que en cada momento mantiene el privilegio.

Notaria Mayor de un Reino sin brújula moral
Al ser llevado al cementerio de Mingorrubio, Franco deja atrás a miles de republicanos que siguen esperando verdad, justicia y reparación. También queda en el Valle de los Caídos Jose Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange y a quien el propio Franco exhumó para llevarlo hasta allí. Este no tiene la responsabilidad de Franco en la guerra, la represión y la dictadura, pero mantiene una influencia que no se puede perder de vista.

Siempre que el españolismo se alza, se buscan otras influencias. Así, se achaca a Josep Borrell ser chauvinista, o a Iñigo Errejón peronista; se califica a Juan Carlos Monedero de populista; se inventa el «juancarlismo republicano»; se glosa el centrismo del nacionalcatólico Adolfo Suárez; se intenta trazar una genealogía entre UPyD o Ciudadanos y las corrientes liberales… En estos y en otros casos lo que se obvia es la cepa falangista común que recorre a la mayor parte de la ideología política española. De izquierda a derecha, del centro al eurocomunismo, y de aquí hasta la nostalgia franquista, el sueño de «una, grande y libre» vertebra su cultura política. La continuidad de la España verdadera por encima de los cambios de regímenes es lo que mueve sus entrañas políticas y la brújula moral de sus dirigentes.

Un buen ejemplo es la guardiana del espíritu del Estado en la exhumación de Franco, la ministra de Justicia en funciones, Dolores Delgado. A falta del rey Felipe de Borbón, en calidad de Notaria Mayor del Reino, ella fue la garante de esa continuidad entre regímenes. De luto, se mostró solemne ante la parafernalia franquista y el grito de «¡Viva Franco!» no le hizo inmutarse.

Delgado es la misma ministra que hace cinco meses, en el campo de concentración de Mauthausen, abandonó airada un homenaje a los deportados republicanos durante el nazismo porque la representante de la Generalitat había mencionado a los «presos políticos». Entonces le salió la osadía, la indignación.

Enterrar el franquismo
La sociedad vasca piensa en su mayoría en parámetros más sanos y democráticos, pero no es ajena a estas lógicas. Sin ir más lejos, hace dos semanas PP, PSOE y PNV votaron en contra de una Ley de Memoria Histórica, basada en las propuestas de la Plataforma Vasca Contra los Crímenes del Franquismo y llevada al pleno por EH Bildu y EP. Desde las fuerzas del Gobierno de Lakua se afirmaba que para sacar una ley así hacía falta trabajar con «discreción». Han pasado 44 años y cada poco tiempo Aranzadi sigue sacando restos de gudaris, republicanos, socialistas, o civiles de fosas en montes vascos. No es cuestión de discreción, es de vergüenza y dignidad.
 
Es tiempo electoral y las matemáticas se le complican al PSOE y a sus aliados. De saque, por si sus errores fuesen pocos, Sánchez busca apartar de sus posibles sumas a cerca de tres millones de votantes, los que estaban representados en la Declaración de Llotja de Mar. Sin Catalunya ni Euskal Herria, sin republicanos, solo quedan versiones modernizadas o nostálgicas del falangismo. Esa ideología y esa influencia es la que los independentistas han enterrado de una vez por todas, lo que avergüenza a todo demócrata y lo que no perdona Madrid.

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