Tan incomprensible como que prohibieran correr el maratón a griegos o jugar al rugby a ingleses

Partiendo de la convicción de que el camino de la oficialidad de la Euskal Selekzioa de pelota está bloqueado a nivel institucional, y con el objetivo de abrir una nueva vía en esa reivindicación, varios pelotaris de ambos lados del Bidasoa hicieron ayer pública su renuncia a las selecciones española y francesa. Lo hicieron en presencia de un grupo de deportistas, jueces y pelotazales, que acudieron al frontón Beltzenia de Hendaia para mostrarles su solidaridad.

No en vano, este ejercicio de coherencia e insumisión afectará a sus carreras. Les supondrá un coste personal que contrasta con el discurso de algunos deportistas de élite y su alergia a los compromisos.

Que no se obligue a nadie a representar una bandera que no es la suya y que no se prohiba a nadie jugar defendiendo a su país en pie de igualdad son valores básicos. En el deporte, el derecho a competir libremente no debería asustar a nadie.

Discursos, estrategias y compromisos

El derecho de los deportistas vascos a representar a su país se puede defender desde diferentes enfoques. Se puede partir de los derechos colectivos o de los de los y las deportistas. Algunos primarán una perspectiva institucional y otros una más popular. Se puede justificar por el sentido de pertenencia, la soberanía y el patriotismo, como hace todo el mundo.

Internamente, los argumentos deberían ser cooperativos, y externamente, competitivos. Pueden ser discursos perfectamente compatibles entre sí, que comparten principios simples: deben decantar voluntades, generar ilusión, suponer avances reales y ser eficaces. Responden a estrategias para ganar, fieles a los valores que representa Euskal Herria.  

En el caso de la pelota, tal y como reza su apellido –«vasca»–, es difícil justificar que el pueblo que inventó y difundió ese deporte no esté representado oficialmente, y que sus deportistas no puedan defender a su país en los frontones. Pese al acuerdo logrado en Madrid entre el PSOE y el PNV, en la asamblea general celebrada en Ciudad de México el año pasado la Federación Internacional de Pelota dejó sin votar la propuesta de oficialidad de la selección vasca. Habrá que revisar estrategias. Un órgano burocrático no puede estar por encima de la voluntad democrática.

Escocia acaba de ser eliminada de la Eurocopa, pero ha jugado por pleno derecho –como lo hacen Gibraltar, Kosovo, Palestina o Islas Feroe–, por lo que tampoco sirven las excusas administrativas.
Solo desde el negacionismo –«la sociedad y el pueblo vasco no existen»– o desde el ventajismo –«no queremos que los deportistas vascos puedan elegir equipo ni jugar contra ellos»– se puede negar el derecho a competir de la selecciones vascas.  

«¡Chispa, tiene que haber chispa!»

Eso reivindicaba Juan Martínez de Irujo en su reciente entrevista a 7K, a cuenta de Artefaktua en el décimo aniversario de su última txapela en el Manomanista. Y algo similar ocurre si se quieren avances en la oficialidad. Hace falta chispa, y los y las pelotaris que se han plantado aportan valentía, disciplina, espíritu rebelde y libertad. Se arriesgan, y merecen que el resto adopte también compromisos compartidos.    

Esta demanda tiene un gran apoyo social. Una encuesta de la Dirección de Deporte de Lakua en 2022 cifró en 76% el porcentaje de ciudadanos y ciudadanas de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa –y en el resto del país no andará muy lejos–, que quieren que las selecciones vascas compitan en pie de igualdad. Todas, no solo las de deportes con «arraigo», aunque en estos la incongruencia y la injusticia es más patente.

La oficialidad es cuestión de voluntad política, pero como en todo lo referido al deporte, los objetivos  dependen de pensar, actuar, competir y acertar.

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