Un rearme real de Europa implica cumplir con las leyes internacionales y no permitir el genocidio

«Desde el comienzo de los tiempos, ha habido dos llamas ardiendo en el corazón humano. La llama de la rabia contra la injusticia, y la llama de la esperanza de que puedes construir un mundo mejor». Tony Benn (Londres, 1925-2014), político laborista

En medio del debate sobre la necesidad del «rearme» de la Unión Europea, de la importancia de «garantizar la seguridad» y de aumentar las inversiones en la industria armamentística, la visita oficial a Hungría del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, expone las miserias de la propuesta militarista del establishment. ¿Qué es lo que les falta para cumplir con la legislación internacional? ¿Son medios, es voluntad o es autoridad? Si no es para cumplir y hacer cumplir el Estatuto de Roma, ¿para qué quieren rearmarse?

Se supone que unos de los principales objetivos de esa agenda por la seguridad sería la salvaguarda de la legislación internacional y de sus principios básicos: soberanía, autodeterminación y la primacía de las normas universales basadas en derechos humanos. Así lo explican los líderes europeos, al menos cuando utilizan el argumento de Rusia.

Sin embargo, la realidad es que dentro de las fronteras europeas el primer ministro húngaro, Viktor Orban, acoge a un prófugo de la justicia internacional y la UE no es capaz de hacer absolutamente nada. Sobre Netanyahu pesa una orden de detención de la Corte Penal Internacional (CPI) porque existen «motivos razonables» para creer que tiene «responsabilidad penal» en crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad cometidos por su Ejército en Gaza.

Dejar de ser cómplices de crímenes de guerra

A falta de una mínima reacción comunitaria, el ultraderechista Orban se ha crecido y su Gobierno anunció que se retira de la CPI. Hungría es miembro fundador de la Corte y será el primer país de la Unión Europea en retirarse. Un precedente peligroso.

Bajo el mandato de Orban, en Hungría se ha desmantelado el Estado de Derecho de forma alarmante. Entre otros, los derechos de las mujeres, de la comunidad LGTBIQ, del pueblo gitano y de los migrantes han sufrido graves retrocesos. Las libertades civiles y los derechos políticos son cuestionados a diario.

Se trata de una agenda autoritaria y retrógrada reconocible. Por esas prácticas antidemocráticas las autoridades europeas aplicaron un mecanismo a este Estado miembro y a Polonia para congelarles ayudas, pero esa presión financiera no ha alterado el desafío autoritario. En esas, Orban invitó a Netanyahu, en abierta provocación al CPI… y a Bruselas, como ya hizo con su visita a Vladimir Putin el año pasado.

En su rueda de prensa conjunta, Orban afirmó que la CPI se había convertido en un «tribunal político». Él, que ha aniquilado la independencia del poder judicial. Como ya es habitual en su relato, el líder sionista acusó al CPI de «antisemitismo» y de «vulnerar el derecho de legítima defensa de Israel». La desvergüenza es un valor central del ideario ultraderechista.

El Gobierno ultraderechista de Tel Aviv ha roto unilateralmente los acuerdos de Qatar para retomar su plan de limpieza étnica. No se esconden, reivindican sus crímenes de guerra en conferencias como la de Budapest. Incluso cuando tapan sus crímenes, como la ejecución de miembros de la Media Luna Roja, son tan burdos que salen a la luz.

Para quienes defienden la justicia, la libertad, la igualdad y la democracia no hay rearme posible sin el componente utópico basado en las llamas a las que hacía referencia Tony Benn. Tampoco sin una agenda clara. Ese fuego arde en todo el mundo de forma ininterrumpida por Palestina y su causa contra el apartheid y la ocupación israelí. La agenda pasa porque Europa no sea cómplice del genocidio.

Bilatu