Sánchez se va y el PSOE se quiebra
No aguantó más. Pedro Sánchez, el primer secretario general elegido por primarias en el PSOE, dimitió ayer después de que el Comité Federal rechazase su plan para celebrar primarias y congreso «exprés». Se impone Susana Díaz y el sector crítico, que previsiblemente será mayoría en la gestora –por la noche se difundió que estará encabezada por el presidente de Asturias, Javier Fernández– que lleve las riendas hasta celebrarse el cónclave que elija nueva Ejecutiva.
Apenas dos años en el cargo ha aguantado el primer secretario general del PSOE elegido por primarias. Pedro Sánchez, derrotado en el Comité Federal, dimitió ayer por la noche después de que el cónclave rechazase su plan para celebrar primarias y un congreso exprés. Tras una jornada maratoniana, encerrados en Ferraz en una reunión que nunca llegó a comenzar oficialmente, los miembros de la dirección del PSOE dieron la puntilla a un Sánchez cuya autoridad había comenzado a resquebrajarse en las últimas semanas. El resultado fue inapelable. Un total de 132 miembros del comité rechazaron el plan de la dirección, frente a 107 que lo avalaron. Se registraron 14 sufragios menos porque José Antonio Pérez Tapias y los miembros de Izquierda Socialista habían abandonado la sede a lo largo de la tarde. Aunque en principio ellos eran más partidarios de respaldar a Sánchez, su participación solo habría servido para maquillar la derrota, no para impedirla.
Ahora será una gestora, que estará encabezada por el presidente asturiano Javier Fernández– la que se haga cargo de la situación hasta que se fije calendario para sustituir a la Ejecutiva. Este órgano tendrá también en sus manos decidir un cambio de postura de cara a una posible investidura de Mariano Rajoy. La paradoja de todo es que lo que Susana Díaz dio a Sánchez, Susana Díaz se lo ha quitado. Ella le apoyó en su ascenso cuando se enfrentó a Eduardo Madina y su distanciamiento con la presidenta andaluza le ha terminado por hacer dimitir.
«Para mí ha sido un orgullo y presento mi dimisión. Ha sido un honor», afirmó Sánchez en una brevísima comparecencia celebrada en Ferraz nada más anunciarse su marcha. Asumió que su liderazgo había sido puesto en cuestión desde el abandono de los 17 críticos el pasado miércoles y reconoció que el plan de primarias para el 23 de octubre y congreso en diciembre no había logrado el aval de sus compañeros. La víspera había avisado de que si su programa no recibía el plácet del Comité Federal, él abandonaría el barco, ya que no estaba dispuesto a dirigir una hoja de ruta con la que no estaba de acuerdo.
Insistió en que él hubiese preferido que las bases del PSOE tuviesen la última palabra, lo que se ha convertido en su principal argumento de cara a la opinión pública, pero aceptó que no tenía otra opción que aceptar la derrota. Como era de esperar, prometió «apoyo leal» a la próxima gestora. «Hoy más que nunca hay que estar orgulloso de militar en el PSOE, y la comisión gestora que surja en las próximas horas contará con mi apoyo leal, como no ha ocurrido en estos dos años» aseguró.
Se mire por donde se mire y aunque ahora llegue el momento de las palabras conciliadoras, el panorama es desolador y el partido sale desgarrado. El espectáculo de toda la jornada demuestra que existen bandos en apariencia irreconciliables y que «coser» la unidad, por utilizar la terminología de Díaz, no va a ser tarea fácil. El primer paso es la constitución de la gestora. Ahí se verá cuál es el reparto de poder entre las familias, aunque lo lógico es que el sector hasta ahora denominado «crítico» tenga mayoría. La gestora funcionará de forma interina hasta el próximo sábado, cuando se convocará un congreso extraordinario y se nombrará el órgano que dirija el partido hasta la celebración del cónclave.
Una semana de tensión
La tensión en Ferraz venía larvándose desde hace meses, aunque ha sido en la última semana cuando ha alcanzado el nivel de guerra fratricida. La puntilla la dieron los pésimos resultados en las elecciones de la CAV y Galiza, pero el debate de fondo es otro: qué hacer en el Congreso ante un bloqueo que se alarga ya por espacio de un año y que, si nadie lo remedia, podría llevar a las terceras elecciones. Es decir, mantener el «no» a Mariano Rajoy y al PP o aceptar su debilidad, permitir la gobernabilidad absteniéndose e intentar recomponerse desde una difícil- mente explicable situación de «oposición». Todo ello teniendo en cuenta que cualquier movimiento en ese sentido sería aprovechado por Podemos.
Con la discusión ya sobre la mesa, Sánchez quiso aprovechar el órdago de los críticos para celebrar un congreso que le reforzase al frente del partido y lanzó una dicotomía que, en teoría, le hacía ganar el favor de las bases: o se aceptaba su calendario y se intentaba un Gobierno «de cambio y transversal» (lo que implica a Unidos Podemos y Ciudadanos o los independentistas catalanes) o se cedía ante el sector «susanista» y se planteaba la abstención para que gobernase el PP. La jugada era inteligente, aunque no reflejaba del todo las posiciones reales, ya que entre los críticos hay partidarios del «laissez-faire», como Guillermo Fernández Vara y defensores de mantener el veto a Rajoy.
No contaba Sánchez con que tendría enfrente toda la maquinaria política y mediática del PSOE más tradicional.
Aunque todo se dirimió en una votación de 15 minutos, las larguísimas once horas de Comité Federal con dos bandos enfrentados que ni siquiera reconocían la legitimidad del otro sector demuestra hasta qué punto hay una fractura en el PSOE. Por hacer un resumen: cuatro recesos y ni siquiera un acuerdo sobre quién podía o no votar, reuniones paralelas, filtraciones y hasta gritos, abucheos e intentos de arrancar de las manos el micrófono cuando hablaba un rival. Cuesta creer que, sea cual sea la composición de la gestora, esta pueda marcar una línea unitaria. Especialmente si, como plantean algunas voces, se intenta reconducir lo aprobado en el Comité Federal del 28 de diciembre y se explora la vía de permitir gobernar al PP como «mal menor». La dimisión de Sánchez no es más que el punto y aparte de una historia que todavía tiene recorrido.