Chernóbil, 35 radiactivos años de un desastre antropogénico
Hace 35 años que gran parte de Europa se quedaba sobrecogida ante el que fue calificado como el «mayor accidente nuclear de la historia». En la región donde estaba ubicada Chernóbil todavía hoy son patentes los efectos radiactivos de aquel desastre.
Tratándose de aniversarios, en los últimos años el accidente nuclear de Chernóbil, ocurrido el 26 de abril de 1986, suele aparecer en los medios ligado al de Fukushima, registrado el 11 de marzo de 2011.
Así ocurrió hace poco más de un mes coincidiendo con el décimo aniversario del desastre japonés, que estuvo originado por un terremoto y el consecuente tsunami. Y así sucederá este lunes, cuando se cumplen 35 años del ocurrido en la central ucraniana, provocado directamente por la negligencia humana.
Aunque son más las diferencias que las similitudes entres ambos sucesos, hay un punto muy relevante que los une en la historia de los accidentes nucleares: los dos han sido calificados con el máximo nivel en la Escala Internacional de Sucesos Nucleares y Radiológicos (INES).
El nivel 7 del ranking elaborado por el Organismo Internacional de Energía Atómica (IAEA) es el reservado a un «accidente mayor», en el que «se produce una liberación superior de material radiactivo que pone en riesgo la salud general y el medio ambiente, y requiere la aplicación de medidas de contraposición».
«Nuklearra? Ez, eskerrik asko».
Para quienes vivieron conscientemente el desastre registrado en Chernóbil, entonces en territorio de la Unión Soviética, el contexto estaba marcado por un fuerte debate internacional en torno a la utilización de la energía nuclear tanto en su vertiente militar como en la civil.
El movimiento antinuclear se había extendido por todo el mundo desde la década de los años 1970 y, por ejemplo, en Euskal Herria el lema «Nuklearra? Ez, eskerrik asko» rodeando a un sol sonriente se reproducía por miles en chapas y pegatinas. El original fue ideado por la activista danesa Anne Lund en 1975; en su idioma, «Atomkraft? Nej tak».
Y el precedente más próximo a Chernóbil que estaba muy vivo en la memoria de la opinión pública era el del accidente de la central nuclear de Three Mile Island (EEUU), también conocido como el accidente de Harrisburg.
El 28 de marzo de 1979 se produjo allí una fusión parcial del núcleo del reactor. Esta planta está ubicada en el estado de Pensilvania, a unos 250 kilómetros en línea recta de la ciudad de Nueva York, y un segundo reactor sigue en activo todavía.
En la escala INES, está colocado en el nivel 5, reservado a un «accidente con consecuencias amplias», en el que «se produce la liberación de material radiactivo en una instalación que genera riesgos de exposición pública que podría derivarse de un accidente crítico o el fuego».
¿Patrimonio de la Humanidad?
Hoy son pocas las referencias que se hacen a Harrisburg cuando se habla de la catástrofe de Chernóbil, que este lunes es especialmente recordada en Ucrania y en Bielorrusia –la central nuclear estaba ubicada muy cerca de lo que hoy es la frontera entre estos dos estados–.
Un edificio abandonado en la plaza central de la ciudad fantasma de Prípiat acoge una exposición de fotografías sobre el desastre nuclear de Chernóbil. (Genya SAVILOV | AFP)
Aunque la «nube radiactiva» llegó a otras zonas del continente, es en esta región de Europa del este donde más nítidos se perciben sus efectos todavía hoy. Así, el año pasado, un incendio en los bosques del sur de Bielorrusia provocó un repunte de radiación hasta dieciséis veces por encima de los niveles normales.
Por su parte, el Gobierno ucraniano ha reactivado su iniciativa para conseguir que la Unesco declare el área inmediatamente afectada por la catástrofe, la Zona de Exclusión que abarca un radio de 30 kilómetros desde los restos de la central, como Patrimonio de la Humanidad.
Lo hace a pesar de los estudios científicos que han determinado que la radiación en algunas zonas tardará 24.000 años en desaparecer, si lo hace alguna vez.
Y no hay que olvidar que Chernóbil siguió produciendo electricidad durante otros 14 años, hasta que la presión internacional obligó a su cierre en 2000.
Actualmente, la Unidad 4 está cubierta por una cúpula levantada con ayuda de la comunidad internacional, mientras que el Gobierno ucraniano ha construido un almacén de combustible nuclear.
Una trágica cadena de errores
Los hechos comenzaron a las 01.23 de la madrugada del 26 de abril de 1986, durante una prueba planificada del sistema de seguridad en la Unidad 4 de la planta de Chernóbil. Un corte eléctrico, añadido a una serie de errores del operador, desembocó en la fusión del núcleo del reactor RBMK de la unidad, moderado por grafito.
Dado que el reactor no estaba protegido por una cámara de contención, la explosión de vapor resultante atravesó el techo de la unidad e hizo llover trozos de barras de combustible y grafito altamente radioactivo en los alrededores.
Los incendios resultantes generaron un humo radiactivo que transportó partículas contaminadas sobre Ucrania, Bielorrusia y Rusia, así como partes de Escandinavia y Europa en general.
El balance humano es difícil de concretar
Según el recuento oficial reconocido por la comunidad internacional, solo 31 personas murieron como resultado inmediato de la explosión, mientras que la ONU estima que solo 50 muertes pueden atribuirse directamente al desastre.
Ya en 2005, Naciones Unidas calculaba que un mínimo de 4.000 personas podrían haber fallecido como resultado de la exposición a la radiación, muchas de ellas residentes de Prípiat, cuyos 50.000 habitantes fueron evacuados para no volver jamás.
El número real de afectados es imposible de conocer. Viktor Sushko, subdirector general del Centro Nacional de Investigación de Medicina Radiológica (NRCRM) de Ucrania, describió Chernóbil, en declaraciones a la BBC, como «el mayor desastre antropogénico en la historia de la humanidad», al estimar que cinco millones de ciudadanos de la antigua Unión Soviética, incluidos tres millones en Ucrania, han sufrido daños como resultado de la catástrofe.
Una afirmación tajante pero que parece dejar a un lado, sin salir del contexto nuclear, experiencias como las de Hiroshima y Nagasak o, ampliando el foco, el terriblemente mayor balance en vidas de la Segunda Guerra Mundial.
Un estudio publicado el pasado jueves por la revista ‘Science’ arroja un resultado relativamente tranquilizador para los descendientes de la catástrofe de Chernóbil y, por extensión, a los de Fukushima. Este informe indica que no hay pruebas de que los progenitores que estuvieran expuestos a la radiación transmitieran cualquier exceso de mutaciones a las niñas y niños concebidos después de la exposición.